"Yo tenía 39 años. Llámenme conservador si quieren, pero es una edad a la que uno se empieza a plantear un poco de estabilidad y los cambios le cuestan; sobre todo si llevas toda la vida de un lado a otro del continente. Ya creía que lo había visto todo, como buen francés, cuando resulta que me mandan a Liberia. “¿Dónde demonios está Liberia?”, pensé. Lo habría buscado en Google pero por entonces ni siquiera existía Google. Imaginen el desconcierto. Hasta ese momento, si había que hacer algún viaje excéntrico a la Unión Soviética, se hacía, además me trataban bien, no lo voy a negar, pero eso era lo más lejos que había llegado.
Yo creo que hay un antes y un después de Liberia. No busquen
aquí ideologías, busquen pereza. Nada más destetarme me mandaron a Inglaterra
con un tal Matthews, un señor que tenía nombre de lord del siglo XVI. Yo no
sabía muy bien qué hacer así que me limitaba a dejarme acurrucar, mimar,
posar... Todos los niños se manejan bien en la adulación y aunque echaba de
menos algo más tradicional: una familia, unos padres fijos, algo más que vagar
de casa en casa, de país en país, tampoco puedo decir que me aburriera.
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