Hay algo en el Real Madrid cuando se enfrenta al Barcelona
que escapa a lo comprensible. Por supuesto, el Barça es un equipazo y supo
hacer su juego y confiar en sí mismo en los momentos más complicados, pero la
manera de venirse abajo del Madrid después del empate de Alexis es difícil de
entender, una rendición absoluta, una sensación de inferioridad que no se
justifica viendo las plantillas de ambos equipos y sus onces en el campo.
En fin, empecemos dando mérito al ganador. El Barcelona se mantuvo fiel a su estilo hasta lo absurdo, como a veces sucede. En esa constancia está su éxito. Por sacar jugada la pelota desde el primer segundo empezó el partido con un gol en contra: Valdés jugó con fuego, entregó el balón al contrario, Piqué se metió atrás rompiendo cualquier fuera de juego y Benzema solo tuvo que remachar después de un rechace.
Seis puntos de liderato, catorce victorias consecutivas,
goleada tras goleada en el Bernabéu… y el Madrid se pone 1-0 por delante. ¿Qué
mejor escenario posible?, ¿qué necesitan los blancos para creer en sí mismos?
No le importó al Barça pasar por unos minutos de deriva en los que Cristiano
Ronaldo pudo marcar el segundo gol y Lass demostró que para presionar arriba es
un jugador perfectamente válido aunque con el balón no sepa qué demonios hacer.
El equipo de Mourinho entregó el balón al de Guardiola con la esperanza de recuperarla cuanto antes y en posiciones peligrosas. Alves adelantó su posición al extremo, dejó a Alexis de punta, bajó a Cesc para combinar con Iniesta y Messi y conforme mejoró su juego ofensivo, se expuso en el defensivo: Puyol tenía que caer al lateral, Abidal ocupaba el interior izquierdo, lo que dejaba a Piqué y Busquets como únicos defensas, expuestos a las contras rivales, un uno contra uno constante especialmente en la banda izquierda, donde caían Benzema y Cristiano.
De Ozil no hubo noticias por enésimo partido crucial consecutivo y Di María se vio acelerado y posiblemente afectado por un mal giro en la primera parte que le supuso molestias musculares.
El Barça tomó riesgos pero creyó en ellos. Es una máquina de fútbol. Con sus gripajes ocasionales pero con una fe que mueve montañas. Incluso después de encajar el gol por sacar el balón jugado de manera probablemente innecesaria, no se movieron del esquema ni un segundo: toque, toque, toque… hasta que Lass empezó a cansarse, Di María se terminó de desenchufar y Xabi Alonso se vio obligado a ir a ayudas imposibles.
En esas quedó libre el medio. Parece increíble que sea así pero sucede en todos los partidos: los entrenadores se queman las pestañas viendo cómo parar a Messi y el argentino acaba recibiendo en tres cuartos completamente solo. Descolocada la defensa madridista –intrascendente de nuevo en un partido ante el Barça-, el próximo Balón de Oro se deshizo de tres jugadores y metió el balón en profundidad para que Alexis empatara el partido cruzando el balón al poste contrario de Casillas.
El partido del chileno fue sobresaliente, mejorando conforme su condición física le va ayudando. Este sábado estuvo en todos lados y abrió huecos importantísimos, volviendo loco a Coentrao al principio y luego a Pepe y Ramos.
A partir del empate el partido cambió por completo. El Madrid se vino abajo, cayó en sus inseguridades y el Barcelona se limitó a seguir haciendo lo que hacía antes con esa fe admirable que le da la narrativa que tanto le criticamos otras veces. Solo faltaba un invitado a la fiesta y en cuanto se unió, el encuentro se acabó: Iniesta. La aparición en la segunda parte del manchego fue demasiado para la frágil moral de los madridistas. Messi supo echarse a un lado e intervenir lo justo para darle el protagonismo al héroe mundialista. Por momentos, fue un espectáculo. Cayendo a la banda o entrando por el centro, desequilibró por completo a un equipo partido en dos.
Si hubo un momento para meter un tercer medio centro fue ese, pero Mourinho no lo anticipó y se encontró con el 1-2 en una jugada accidentada en la que Marcelo –inédito, por lo demás- desvió a la portería un disparo de Xavi desde la frontal.
El gol fue muy afortunado, desde luego, pero para entonces ya el juego era totalmente blaugrana, convirtiendo al Madrid en un equipo menor, encerrado, en ocasiones rozando la desesperación. Se instaló en los tres cuartos del campo madridista como si jugara ante el Levante y ahí se acomodó, esperando el pase decisivo. Llegó cuando Alves –enorme partido el suyo- volvió a entrar por la derecha con total libertad y puso el balón en el segundo palo para que Cesc remachara el 1-3.
La defensa madridista era mantequilla frente al cuchillo azulgrana. Por momentos, la sensación del Madrid fue parecida a la del 2-6 y si la goleada no fue mayor fue simplemente porque no era necesario. Los locales bajaron los brazos y Mourinho volvió a no encontrar remedios. Uno ficha al mejor entrenador del mundo para estos partidos y necesita algo más que excusas y gestos excesivos en el banquillo. Necesita demostrar que puede cambiar una inercia más allá de goleadas ante el Rayo Vallecano.
Higuaín, Kaká y Khedira, los recambios, no mejoraron en nada al equipo, aunque tampoco se esperaba mucho en ese momento del partido. La superioridad del Barcelona iba más allá del juego propio y se basaba en la desidia ajena. Tuvo sus oportunidades el Madrid precisamente por el empeño visitante en no cerrar el encuentro y seguir dejando el campo abierto. Kaká se dio cuenta, bajó un par de veces a recibir y dio sensación de peligro. A su lado, nadie. Cristiano Ronaldo lo volvió a intentar, no se le puede negar, pero su acierto fue nulo. Benzema fue con mucho el mejor jugador merengue.
En el campo contrario, Iniesta seguía haciendo lo que quería, Cesc iba y venía, Messi daba pausa y velocidad según conviniera y ni siquiera la habitual desubicación de Villa cuando salió el campo sirvió para una remontada en la que nadie creía.
Me parece increíble escribir esto: “una remontada en la que nadie creía”. Precisamente en el Bernabéu, precisamente el Madrid, que siempre ha demostrado una fe que mueve montañas. Incomprensible, ya digo. Van ya cinco partidos de Guardiola en Madrid con cuatro victorias y un empate. En sus enfrentamientos con Mourinho el resultado es parecido. Demasiadas victorias como para no considerarle el mejor entrenador del mundo. Espera Japón y el posible segundo Mundialito en tres años.
La liga irá de un lado o del otro pero la imagen de esta noche de diciembre hará mucho daño al Madrid en todo el mundo y debería invitar más al psicoanálisis que a la autocrítica.