viernes, diciembre 23, 2011

Vacaciones



Es algo así como poder despertarte a las tres y media de la mañana, ir al cuarto de baño, y decidir que ya que estás, te quedas, por si acaso. Encender el ordenador, esperar tranquilamente a que se cargue cada aplicación y ver la final de la Copa Asobal de balonmano como el que ve el mundo desde un telescopio, es decir, como un extraterrestre. Consultar Twitter y Facebook y poner La Sexta para ver a Silvia Raposo durante un cuarto de hora, media hora, tres cuartos...

Silvia Raposo y sus caras ante la cámara. Las llamadas inexistentes. Ahora, la moda es "regalar" llamadas, es decir, que si tú llamas y dejas tus datos, ellos te llaman de vuelta. Ni por esas. A Silvia Raposo no la llama nadie y a la chica que está en un recuadro a la derecha y abajo, menos. Pienso que es terrible. Tengo una novela sobre un hombre que trabaja en un "call-show" y una chica que ve pingüinos y hace castings mientras sueña con huir, sin saber muy bien adónde.

La mística de la huida.

Pienso en la pobre mujer del recuadro. Raposo tiene un plano grande, una banda detrás que finge tocar la guitarra y una entusiasta presentadora que habla de ella como quien habla de Warren Sánchez... pero, ¿qué tiene la mujer del recuadro? No recuerdo su nombre, disculpen. Estaba ahí, tan tranquila, sonriendo a la cámara, sabedora de que en ese momento ella sostiene el programa, que mientras ella mantenga la sonrisa, la esperanza... el programa no terminará de venirse abajo, que no puede despistarse, nada de parpadeos, nada de cuartos de baño, nada de ansiolíticos que provoquen a la vez sueño e insomnio...

Silvia Raposo despacha las pocas llamadas que entran y yo llamo a Nueva York. Mi vida es esa: Silvia Raposo y Nueva York. La madurez es eso que se alcanza cuando a uno le van bien las cosas y no le parece mal. O al revés: cuando le van mal y no le parece bien. A mí las cosas me van tan bien que asustan, pero no me asusto porque soy maduro, ya lo he dicho antes. 34 años y un montón de huesos. Llamo dos veces pero nadie contesta. En otro canal, buscan que alguien diga "Clementina". Lo piden a gritos pero nadie entra en directo. A veces pienso en llamar, en saber lo que se siente, pero imaginar lo que se siente tiene, a la fuerza, que ser mucho mejor.

Vacaciones. Dos semanas y tres días. Vacaciones. Levantarse a cualquier hora y redactar biografías, la única rutina que queda como obligación. Levantarse a cualquier hora y contestar 20 preguntas sobre el Barça. Hay dos tipos de personas en el mundo: los que nacen para hacer preguntas y los que nacen para contestarlas. Manuel Jabois sería de los primeros, yo soy de los segundos. Sueño con que me pregunten muchas cosas para poder decir muchas veces "no lo sé" y decirlo con una sonrisa enorme, una sonrisa de "no pasa nada", una sonrisa de "¿Tú sabes eso, Zaratustra? Eso no lo sabe nadie". Una sonrisa congelada, de recuadro abajo a la derecha.

Pienso en "La generación Factual", la posibilidad de formar parte de una generación. "Amusant", que diría Duchamp. Punto. Pienso en eslogans: "La generación Factual será cínica o no será", "La generación Factual será maldita o no será". No será, eso es lo más probable. ¿Por qué probarlo? Mejor imaginarlo de nuevo. Llamar otra vez a Nueva York y consultar los mensajes del teléfono, fotografías de 2008, 2009... Luego caer rendido en la cama, como si esa hora hubiera sido un nuevo día, como si de una manera raposa hubiera conseguido alargar mis vacaciones: los planes para esta noche, quedarme en casa y leer; los planes para mañana, quedarme en casa y leer; los planes para el domingo...

A veces me animo a mí mismo y me digo: "Hay más verdad en un capítulo de mi Estética de Francotirador que en cualquiera de sus manuales de estilo". Luego bajo a la tierra y pienso que eso no es cierto y que aunque fuera cierto daría igual porque la gente lo que quiere son fantasías, nada de chicas psicóticas, para eso les basta con bajar a la calle cualquier viernes.