Antes de la final del US Open de 2006 que le iba a enfrentar
a Roger Federer, el estadounidense Andy Roddick declaró envalentonado: “Yo voy
a jugar al ataque, como siempre, y si él es demasiado bueno, entonces es
demasiado bueno y punto”. Efectivamente, Federer fue un vendaval para Roddick y
se llevó el que era su tercer US Open consecutivo, pero al menos el
estadounidense, dirigido entonces por Jimmy Connors, tuvo la valentía del
suicida. Contra Federer se ha perdido de todas las maneras posibles. Ser valiente,
al menos te da ese punto de satisfacción contigo mismo.
Algo parecido sucede con el Barcelona, la comparación es
inevitable. El Santos salió a la final del Mundialito de Clubs con la
posibilidad de intentar la machada, de presionar arriba, demostrar sus propias
armas… y sin embargo eligió suicidarse. No es que se echara atrás a defender,
es que lo hizo sin tener ni idea de en qué consiste eso. Son tácticas
entrenadas y aceptables en un Getafe o un Racing de Santander, pero no en un
campeón de la Copa Libertadores, no tiene sentido alguno.
El Santos debió decirle al Barcelona: “Si me quieres ganar,
tendrás que ser demasiado bueno” y obligar a los de Guardiola a demostrarlo. No
fue el caso. Desde el primer minuto entregó el balón al rival y confió en el
milagro. Enfrente, un equipo que es un verdadero recital táctico. Disculpen mi
insistencia, pero lo que hizo este domingo Pep Guardiola es una nueva
exhibición como entrenador. No se fijen en los regates y los pases, fíjense en
la colocación y los espacios. Fíjense en la recuperación, basada en pequeños
sprints de jugadores necesitados solo de 20 metros de acción.
Fíjense en más cosas aparte de los goles de Messi o el juego de Xavi. Los detalles de equipo. Los detalles del día a día desde hace años y que van más allá de la narrativa: engañar al rival proponiendo un embudo lleno de centrocampistas y sorprenderle con Alves de extremo y Thiago abriendo el campo en la otra banda. Fíjense en Busquets, por favor, es un escándalo. El momento en el que Busquets tira del equipo hacia arriba y lo coloca a treinta metros de la portería rival, de manera que el gol sea cuestión de minutos y, lo más importante, la contra sea una entelequia.
Busquets y Puyol. Pocos focos se centrarán en ellos porque el partido de Alves fue prodigioso, igual que el de Xavi o el de Messi, la primera parte de Cesc y la segunda parte de Iniesta. Pero sin el vértice, ¿qué hacemos con el triángulo? Busquets ubica al equipo donde es necesario y Puyol corrige siempre, una décima más rápido que el delantero. Si Neymar no existió fue en buena parte, como se dijo en la previa, porque el Santos no tuvo el balón, pero el marcaje casi al hombre del capitán azulgrana, adelantándose siempre y sabiendo aguantar cuando el brasileño llegaba antes fue de manual.
En fin, que la primera parte fue un espectáculo. Es complicado encontrar un equipo en la historia reciente del fútbol que domine los partidos de esta manera. El Santos pareció un equipo mediocre porque su entrenador así lo quiso, pero no es un equipo mediocre ni mucho menos. El fútbol sudamericano pasa por una crisis muy grave que se demostró en el pasado Mundial de Sudáfrica. Aun así, el campeón de Brasil y de la Libertadores siempre es un rival temible. Tiene que serlo. No es normal que le caigan cuatro, dos al poste y otras cuatro que el Barça estrelló contra el portero.
Guardiola ha transformado un equipo espirituoso en una máquina impecable. Ese es su mérito. Guardiola, lo he dicho mil veces, es el anti-Cruyff, es lo opuesto al “salgan a divertirse”. No niego que el jugador del Barcelona se divierta cuando juega, lo que es obvio es que detrás de esa diversión hay una organización coral impresionante: tres Zamoras consecutivos para Valdés y un Mundialito del que sale sin recibir un solo gol en contra. Eso es fútbol total, eso es fútbol moderno. Mucho más que un tiqui-taca. Muchísimo más.
Otra cosa es que el tiqui-taca nos guste. Nos apasiona, por supuesto, porque nos recuerda a la calle, nos invita al campo abierto y la combinación imposible. Toque, toque y toque hasta que Xavi controla de espuela, cede en profundidad a Messi quien, con la colaboración inestimable de un central -no solo no consigue despejar sino que ni siquiera se molesta en seguir la jugada- pica el balón por encima del portero como si fuera la cosa más sencilla del mundo.
Toque, toque y toque hasta encontrar a Alves solo por la derecha, de nuevo inesperado, de nuevo sin defensa, que centra hacia atrás para que Xavi la controle de primeras y la empalme rasa. ¡Xavi sacando el balón y llegando al remate! Eso es el Barcelona. Eso es Guardiola. El movimiento constante, bajar y subir, reubicarse, aparecer por todos lados. Ahora es Cesc el que entra por la izquierda, ahora es Thiago el que tira la pared en el medio, ahora Messi cae a la banda derecha para iniciar la jugada o Iniesta baja para mejorar la circulación o Xavi consigue el 2-0 libre de marca. ¿Quién le espera ahí?
Toque y oportunidad. La competitividad de un equipo que lleva 13 títulos en poco más de tres temporadas. El mejor fútbol y una cantidad de títulos impresionante, ¿qué más se puede esperar? Un nuevo pim-pam-pum que acaba en llegada de Iniesta, rechace de Alves, nuevo rechace a Cesc y pase a las mallas en el minuto 45. Todo el Barcelona en el área rival. Aquí, en España, es normal que nos ceguemos en filias y fobias. Es comprensible porque eso es el fútbol, pero la imagen desde fuera debe ser colosal. La final de la Champions y la primera parte del Mundialito. Exhibiciones técnicas pero sobre todo exhibiciones tácticas.
Bajó el pistón el Barça en la segunda mitad. Bajó la presión y bajó la concentración. Es lógico. Neymar tuvo un par de oportunidades pero las desperdició. Recientemente, Tomás Guasch decía que quien fichara a Neymar dominaría la próxima década y hoy en Twitter se le linchaba por paquete. El chico no tiene ni 20 años. El término medio no existe en el análisis futbolístico ni al supuesto más alto nivel.
El partido se convirtió en un toma y daca algo intrascendente. Cesc tiró al palo, Alves tiró al palo, Messi tiró contra el portero, el árbitro se sacó de la manga unos cuantos fueras de juego dudosos. Nada que inquietara al gigante. Cerca de acabar el partido, de nuevo la presión, la recuperación, el jugarse la cabeza de Alves, ¡en la media punta!, balón para Messi que regatea al portero como la cosa más fácil del mundo y marca el 0-4, su segundo gol en la final. No sé cuántos van en la temporada, en el año, en su historial desde que llegó Guardiola.
No sé qué más pedirle a Messi, sinceramente. Comparen o no comparen. Yo no vi a Maradona cada semana. Ni a Pelé, ni a Cruyff ni a Di Stefano ni a Puskas, Best, Platini, Beckenbauer… vi exhibiciones de Zidane o de Ronaldo pero no vi el concepto de “exhibición diaria desde cualquier posición”. Recibir en la banda o en el medio campo, regatear a todo el equipo contrario o avanzar a base de paredes y regalar el gol o marcarlo él mismo. Messi tiene 24 años. A veces decirlo da respeto.
En definitiva, el Barcelona vuelve a ser campeón del mundo de clubes. Un año entero con la copa en la camiseta. Trece títulos en la era Guardiola: 3 ligas, 2 Champions, 2 Supercopas de Europa, 2 Mundialitos, 3 Supercopas de España y 1 Copa del Rey. Esto no ha terminado. No terminará mientras el equipo siga saliendo a hacer lo que sabe y el rival se limite a confiar en que ese día todo falle, sin atreverse siquiera a ponerle a prueba, a demostrar que es demasiado bueno, consciente desde el vestuario de que sí, como el Federer de 2006, este Barça te va a ganar cuándo y cómo quiera.