Karl Malone llegó a los Utah Jazz como número 13 del draft
en el verano de 1985. No era el primer milagro de ese tipo para la franquicia
de Salt Lake City: el año anterior se habían permitido esperar hasta el número
16 para elegir a John Stockton. Fue el azaroso inicio de una asociación letal que
duró 18 temporadas, el reflejo de la inutilidad de muchos “general managers” y
la necesidad hecha virtud para los Jazz, una franquicia acostumbrada al rechazo
de los grandes jugadores, con un mercado difícil en una ciudad aburrida del
medio-oeste americano…
Acertar en la selección de universitarios lo era todo.
La presencia de Stockton y Malone se hizo notar desde el
principio. Los Jazz eran un equipo incómodo construido desde la defensa del
gigante Mark Eaton, la inteligencia de Stockton, la capacidad anotadora de
Darrell Griffith y la contundencia de Karl Malone, exquisito en su regularidad.
Si le llamaban “el cartero” era precisamente por su capacidad para hacer
puntualmente su trabajo cada día, sin un solo descanso.
Al principio, Malone era un jugador explosivo y ágil. Nada
que ver con el hipermusculado que se convertiría con el paso de los años. Un
hombre de contraataque y salto poderoso. Algo parecido a Larry Nance, en el
ocaso de su carrera. Cuando el entrenador Jerry Sloan se unió a la parejita de
All-Stars, en 1988, Utah se consolidó una serie record de temporadas
consecutivas clasificándose para los play-offs de la Conferencia Oeste,
dejándola finalmente en 20, la tercera mejor de la historia de la NBA.
Pese a no llegar a ninguna final en todo este primer período,
la condición de estrellas de Stockton y Malone se vio avalada por su selección
para el famoso Dream Team de 1992. Malone, ferviente patriota, sumó un segundo
oro cuatro años después en Atlanta. Aquel título de 1996 tenía que marcar el
final de su carrera… pero en realidad anunciaba un nuevo comienzo.
La temporada 1996/97 la empezó con 33 años, Stockton tenía
34. Junto a ellos, Sloan había formado el enésimo equipo rocoso apoyado por un
público infernal: los Hornacek, Eisley, Russell, Morris, Ostertag, Carr, Keefe…
intendencia de la buena para apoyar a las dos estrellas, en el mejor momento de
sus vidas deportivas. Por supuesto, a esa edad, Malone ya no era un saltarín.
Su juego se basaba en un físico imponente que le ayudaba en el rebote y el
juego al poste bajo, y un tiro en suspensión desde tres-cuatro metros
absolutamente imparable, normalmente después de pase de Stockton tras bloqueo
en la línea de tres puntos.
Canasta a canasta, los Jazz se plantaron en su primera final
de la NBA desde que llegaron a Salt Lake City sumando la friolera de 64
victorias. Solo un equipo en toda la liga había ganado más partidos que ellos y
jugaba en el Este: los Chicago Bulls de Michael Jordan. La final se fue a seis
encuentros. El quinto, en Utah, pasará a la historia por los 45 puntos de
Jordan, con una gripe estomacal de órdago y anotando el último triple al borde
del desmayo. No eran las mejores noticias para los Jazz porque a nadie le gusta
llegar tan lejos y volverse a casa con las manos vacías pero ahí había algo:
competitividad, ganas, equipo.
El año siguiente, Stockton y Malone no parecieron tener un
año más sino un año menos. En liga regular volvieron a pasar de las 60
victorias y tras varios sustos llegaron de nuevo a la final de la NBA por
segundo año consecutivo. ¿Quién los esperaba? Los Bulls de Jordan, por
supuesto, pero esta vez con el factor campo a favor de los Jazz. La serie
empezó con un empate a uno en Salt Lake City y salió de Chicago con 3-2 para
los Bulls. Los dos últimos partidos se celebrarían en el feudo más ruidoso de
la liga. Había una seria posibilidad de conseguir por fin el anillo, el deseado
anillo. Nadie lo merecía más que estos dos jugadores y así lo demostró Stockton
cuando anotó un triple a poco más de 30 segundos para el final del sexto
partido que ponía a su equipo tres puntos arriba ante el delirio de una grada
que pedía a gritos un séptimo encuentro.
El resto es historia: la canasta de Jordan contra el mundo, el
robo posterior de balón, precisamente a Malone cuando iniciaba su enésima
travesía por el poste bajo, el dribbling cruel sobre Bryon Russell y la canasta
que daba el sexto anillo a los Bulls ante las caras de incredulidad de todos
los jugadores de Utah, conscientes de que aquella era su última oportunidad.
Esto fue en 1998, pero los Jazz no se rindieron. Malone fue
el MVP de la liga la siguiente temporada, pero los Spurs se cruzaron en su
camino. En 2000, 2001, 2002 y 2003 volvieron a clasificarse para las series
finales, con Malone siempre por encima de los 35 minutos y los 20 puntos por
partido. Al final de esa frustrante temporada 2002/2003, y ya con 41 años,
Stockton decidió retirarse. Cansado de decepciones, su compañero de pick and
roll optó por tragar ego y buscar por fin su anillo, dejando atrás el club de
las estrellas sin título como Charles Barkley o Patrick Ewing. Después de
aceptar una oferta por el salario mínimo, se fue a Los Angeles Lakers junto a
Kobe Bryant, Shaquille O´Neal y Gary Payton. Nadie duda de que formaban uno de
los mejores equipos de la historia.
Sin embargo, las cosas tardan en funcionar. Incluso con Phil
Jackson en el banquillo, la unión de cuatro estrellas siempre es complicada.
Payton y Malone aterrizan en plena guerra civil entre Kobe y Shaq, seguida
capítulo a capítulo en ruedas de prensa y sesiones de entrenamiento. A base de
calidad y tiros imposibles de Derek Fisher, los Lakers llegan a la final, el
anillo de Karl Malone a solo cuatro partidos de distancia.
El problema es que la rodilla de Malone ya no está ahí. El
hombre indestructible empieza a flaquear justo al cumplir los 40, justo en el
momento más importante de su carrera. Visiblemente cojo, Malone hace lo que
puede por ayudar a sus compañeros pero más que ayudarlos, los perjudica. Enfrente
tienen a los Detroit Pistons, un equipo completamente inesperado, salido de las
catacumbas guerreras de la Conferencia Este, apoyado en Billups y Hamilton por
fuera, la versatilidad de Prince y Rasheed Wallace más la contundencia
expeditiva de Ben Wallace por dentro.
Los Pistons ganan el primer partido en el Staples Center y
dejan escapar el segundo en una prórroga que nunca debieron permitir. Aquello
se considera el gran momento de la serie, el punto de inflexión. Los Lakers
salen de Los Angeles tocados pero vivos. En Detroit tienen la opción de
recuperarse y ofrecer una última y merecida medalla de servicio a su ala-pivot.
Sin embargo, no hay noticias del equipo amarillo en el
tercer partido. Ni en el cuarto. Malone sigue cojo, Shaquille tiene las maletas
hechas, Kobe se empeña en resolver por su cuenta y Payton parece un jubilado
frente a la explosividad de los de Michigan. Con 3-1 en el marcador y pese al
claro favoritismo de apenas dos semanas antes, ya nadie confía en los Lakers.
El quinto partido se disputa el 15 de junio de 2004 en Auburn Hills. Malone ni siquiera puede vestirse de corto.
De nuevo liderados por Chauncey Billups y la defensa ninja de Larry Brown, la
pesadilla del gran Andrés Montes, los Pistons se imponen con una facilidad
insultante: 100-87.
Así acaba el sueño del anillo de Karl Malone: a los 41 años,
después de 19 temporadas consecutivas al más alto nivel, dos MVP, dos medallas
de oro y tres finales perdidas, el segundo máximo anotador de la historia de la
NBA detrás de Kareem Abdul-Jabbar anuncia su retirada entre lágrimas, los diez
dedos desnudos, condenado a convertirse en leyenda, nunca en campeón.
Artículo publicado originalmente en la revista JotDown dentro de la sección "No pudo ser"