Escribe hoy
Ramón Trecet sobre la crisis del Estudiantes algunas cosas interesantes. El problema con Trecet es que parece muy bueno a la hora de indicar "hay ahí un problema" pero es tremendamente vago a la hora de entrar en detalles.
Lo que es cierto es que la crisis es de proporciones inmensas y su expresión deportiva es casi una de las menores. La crisis empezó en pleno apogeo del equipo: por supuesto, había un deficit económico perenne, pero podía solucionarse con los terrenos de Sanchinarro y con el apoyo del patrocinador, Adecco, y sus satélites.
Sin embargo, un sector del accionariado entró en guerra con Adecco y en particular con Fernández Cid, su representante en la directiva. Bajo la premisa "Un accionista, un voto" se llevó a cabo una sistemática erosión del funcionamiento del club en todos sus aspectos. Con el apoyo de la parte más ruidosa de la afición y el silencio del resto, las asambleas de accionistas acababan en batallas parecidas a esas asambleas de la Universidad en las que sólo se puede hablar para decir una cosa y si no te insultan y te abuchean.
El principal promotor del "cambio" era Ignacio Ruiz-Jarabo, ex-presidente de la SEPI y ex-alumno del Ramiro de Maeztu. Bajo su tutela se agrupó un colectivo que luchó denodadamente por el poder y que incluía a Pablo Picazo como portavoz mediático y animador en los foros del equipo. Mientras tanto, Pepu hacía lo que podía para meter al subcampeón de liga en los play-offs. Lo consiguió, pero ante tanta algarabía decidió marcharse sin más.
Tampoco nadie le ofreció renovar.
El caso es que se produjo el ansiado cambio, con la llegada de Fernando Bermúdez, el citado Jarabo, Picazo e incluso un miembro de la Demencia como directivo. Uno de los más activos, por supuesto. Defendían un "Estudiantes, siempre de todos", aunque, por supuesto, el eslogan "Un accionista, un voto", desapareció cuando se hicieron con la mayoría de las acciones.
Desde entonces, el caos. Por el banquillo han pasado Orenga, Pedro Martínez, Mariano de Pablos y ahora Velimir Perasovic. Cada año la lista de bajas y altas es exagerada. Hay menos dinero que antes, pero sin un poderoso grupo empresarial que apoye, porque a Adecco lo echaron a patadas, culpándole de todos los males. La planificación deportiva ha sido un desastre: ni un fichaje ha respondido, salvo quizás Larry Lewis. El equipo está el último de la clasificación, con diez derrotas consecutivas y ni un solo atisbo de recuperación.
No hay bases. Alguien decidió que Sergio Sánchez sería la gran estrella del futuro y se la pegó. Luego decidió que Gonzalo Martínez era el sustituto ideal. Ahora andan peinando el mercado con un dinero que no tienen. Carlos Suárez, Caio Torres, Daniel Clark... pasan, año tras año, de jugar 30 minutos a jugar 3. Nadie sabe por qué. Se repite con todos los entrenadores y empieza a ser preocupante, como si a todos les diera igual el equipo.
El club que iba a ser de todos es un desbarajuste en manos de nadie, con demandas cruzadas contra el Ayuntamiento incluidas. El equipo que fue subcampeón de Liga hace cuatro años se hunde en los puestos de descenso. Poca gente cree realmente que el Estudiantes pueda sobrevivir en la LEB, la desaparición acecha.
Ante todo esto, lo que queda, en la directiva al menos, es el silencio y la inactividad total. Ni una sola autocrítica. Y, mientras, los aficionados nos preguntamos si gastar el dinero que pueda quedar en un base, en un pivot o dedicarlo directamente a comprarle al Obradoiro su plaza ACB del año que viene...