Obviamente, hay partidos que son mucho más que un partido con tres puntos en juego. Establecen jerarquías. En los últimos cuatro años, el Barcelona había ocupado el primer puesto en la escala de poder de la liga española de fútbol. A partir de hoy es obvio que ya no es así.
Desde principios de 2004, el Barcelona había sido la referencia: A Deco y Ronaldinho les siguió Messi como grandes estrellas del fútbol mundial. Sus jóvenes talentos -Iniesta, Bojan, Giovani- eran celebrados como cracks a veces incluso antes de que debutaran en partido oficial. El bagaje fue de dos ligas y una copa de Europa. Todo el mundo consideró que el triunfo de Capello el año pasado no era sino una muestra de la desidia culé.
Y en esas, el mejor Madrid desde la época Galáctica de Florentino Pérez -en puntos conseguidos, me refiero- se plantó en el Camp Nou y lo hizo sin urgencia aparente pero con una necesidad: demostrar que ellos eran los campeones, demostrar que eran los líderes. El Barcelona debería haber hecho todo lo posible por mantener su cetro, pero lo entregó casi de salida, desangrado por las múltiples dudas internas y la propia lucha por el escalafón dentro del equipo.
El partido fue mucho más sencillo para el Madrid de lo que refleja el marcador. Por supuesto, había que tener orden y correr mucho. Pero el orden y el esfuerzo físico le valió. Estuvo mucho mejor situado en el campo y con una capacidad asombrosa de anticipación, empezando por Pepe y acabando por Van Nistelrooy, probablemente los dos mejores jugadores del equipo junto a Baptista.
La capacidad de sorpresa del Barcelona se vio reducida a Iniesta, un jugador soberbio, pero demasiado aislado. Sobre todo a partir del gol, el equipo fue de todo menos un equipo. Un jugador robaba o recibía, se daba la vuelta e intentaba el eslalom contra toda la defensa contraria. Por supuesto, fracasaba.
La sensación de autoridad del Madrid fue absoluta durante todo el partido, sin paliativos. Redujo al mejor equipo de Europa en los últimos tres años a una impotencia total, propia de un equipo modesto. Nada que ver con el partido de la temporada anterior. Entonces, pese al empate in extremis de Messi, el Barcelona había sido muy superior en elaboración de juego y oportunidades.
Hoy, el Madrid no puso demasiado juego ni demasiadas oportunidades. No le hizo falta. Se limitó a esperar y contrarrestar y a hacerlo con una eficacia demoledora. El cambio de guardia está ahí. Se avecinan muy malos tiempos.