A las nueve, el Palacio de los Deportes aún está a medio llenar. Fuera, una banda con trompetas toca "Por la boca vive el pez" y la gente aplaude. Se están acabando los bocatas y los kalimotxos antes de entrar al concierto. Pancho, la Chica Portada y yo buscamos nuestro sitio con las invitaciones en la mano, cuando lo encontramos, decidimos cambiarnos a primera fila.
Pancho está preocupado. Tiene la sensación de que la gente no está escuchando a Quique, que está a otra cosa. Está preocupado porque, para Pancho, Quique es como un hijo, o como un sobrino, si se quiere, y por eso se abraza de esa manera al "padre del maestro" cuando se lo encuentra unas filas más arriba.
A mí, Quique me ha gustado. Quizás una hora sea mucho tiempo para un telonero, pero el concierto ha estado bien. Demasiadas canciones del último disco, quizás. Pero bien. Y un magnífico cierre, además: "Vidas cruzadas".
Luego, breve paso por la Sala VIP, intento frustrado de acceso a los camerinos, Pancho se tiene que ir y nos quedamos la Chica Portada y yo comiendo perritos calientes. El mío, sólo salchicha y pan. El suyo, una mezcla insospechada de colores que le van cayendo por la boca.
El concierto de Fito empieza puntual, igual que Quique, a las 22.30. Cantan todas las canciones que yo conozco, las mismas que cantaron hace un año. Entonces, escribí una crónica sobre el antes y el después de esos conciertos para la banda, sin saber que antes de haber un después volverían al mismo sitio. Un año entero de gira: en solitario, con Calamaro y ahora con Quique González. Y la misma energía.
Una cosa buena de Fito es que no se distrae. No se distrae nunca: ni en entrevistas ni en actos sociales. Están sus amigos y su música y eso es lo que cuenta. Sale Nitrato a hacer volteretas, canta "Rojitas", repite "Que viene y va" con los Zodiacs y acaba con "Acabo de llegar" en la segunda ronda de bises. Sale todo el equipo al escenario. Fito se emociona. Llora. Se le ve llorar por cuatro pantallas gigantes que rodean el complejo. El público grita "Fito se hace pajas" mientras sigue bailando. Un tipo que se está convirtiendo en una leyenda.
Y, por no distraerse, no va ni a la fiesta post-concierto. Una fiesta que a la Chica Portada y yo nos pilla un poco tarde, cansados, así que empezamos con una Coca-Cola, amagamos con irnos, vemos a Mumbrú y poco más y de repente nos damos cuenta de que la gente sigue entrando y aquello tiene pinta de fiestaca y nadie se va de una fiestaca a la que le han invitado por casualidad. Hay que aprovechar el momento.
Así que nos colocamos en el ángulo perfecto para ver a Cristina Teva, hablamos de las cosas que a la Chica Portada no le gusta hablar, saludamos a Quique, aunque nos lo raptan inmediatamente, pedimos un par de copas no demasiado cargadas, fantaseamos con la Nochevieja, vemos vaciarse el sitio, caminamos hasta Alcalá y cerramos el año con un beso en la mejilla. Probablemente, el último.
El último del año. Bien sur.