Isa y la Chica Portada llegan tarde a la Casa Encendida. Somos los restos de un ejército en retirada. Pese a lo publicitado de la exposición y a que es sábado por la tarde, apenas hay gente deambulando por las salas. La entrada es gratuita. Hay varias fotos de Andy Warhol y muy pocos manifiestos. No sé si me gusta o no. Casi todo lo que rodea a Warhol es palabrería, pero sin esa palabrería Warhol se queda en una Polaroid diminuta con calavera no llora en la cabeza.
Así que querer a Warhol es querer su palabrería y sus imágenes de Dennis Hopper durmiéndose y Marcel Duchamp sobre una pared blanca, reproduciéndose infinitamente y una sesión de vestuario y maquillaje para que Andy aparezca vestido de mujer, sin sonreír nunca, en mil poses de político inglés descubierto en escándalo sexual.
Querer a Warhol es complicado, no tanto como querer al Warhol´s pero casi. Chiste para gambiteros.
A la salida nos hacemos una foto preciosa en un fotomatón postmoderno: la Chica Portada apenas entrevista -voy a ser el protagonista de su microrrelato visual-, su cara cortada en un cuarto y ni siquiera lineal, algo así como una media luna que le deja un ojo y parte de los labios rojos a la vista y el resto se supone. Isa a mi izquierda, sonriente, algo más expuesta y yo en medio, mirando arriba y abajo, luego arriba sólo, un gesto algo condescendiente. Una familia que saca de los nervios a toda una cola. Un pibón con actitud. Un chico que ha descubierto que puede tener mal genio.
Warhol, sin más. Un título exagerado para una buena exposición, pero que a veces tiene ese punto de "se han encontrado esto en el trastero y lo han colgado sin más". Y un siglo después, eso a veces cuesta.
La fiesta del aguafiestas
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[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:05]
Buenas noches. Mi aguafiestismo profesional me obliga hoy a la tarea,
ciertamente desagradable, de arremete...
Hace 5 horas