Hasta entonces, el terror estaba dedicado a enemigos de la revolución, campesinos propietarios, nobles y anti-bolchevistas de todo tipo. A partir de los años 20 y sobre todo en los 30 el terror estaba partout.
Es un libro que podría haberlo escrito cualquiera, pero sólo Amis es capaz de darle la distancia y la frialdad de un británico desmenuzando datos. En ocasiones, incluso utiliza la ironía. La mejor manera de afrontar la inhumanidad es la ironía. La lectura es complicada, muy complicada. Los testimonios de torturas, de iniquidades, de asesinatos en masa, de degradación, de complacencia, de sadismo... dañan los ojos y la mente. Estremecen.
El terror nazi era un terror de funcionarios, un terror establecido y ordenado, en el que cada día repetía la miseria del anterior, su crueldad tremenda, como si no tuviera delante personas sino mobiliario de oficina. El terror soviético es perfectamente consciente de los efectos humanos del terror, hasta llegar a la crueldad absoluta, buscada, tenida como un elemento revolucionario. Una lección. Un escarmiento. Un deleite ante el enemigo de clase o ante el rival político.
De hecho, la lectura podría ser prescindible, yo podría aconsejar aquí no leer libros así por su dureza. Podría hacerlo si no fuera por algún profesor universitario (Ciencias de la Información, Universidad Complutense de Madrid) que, ante la imposibilidad de negar el gulag y los millones de muertos derivados del terror, los justifica con argumentos del tipo "un millón entre cien millones de rusos no son tantos" o "era necesario para seguir con la revolución".
Si esos argumentos los aplicara al genocidio nazi -la lucha por un ideal de clase es idéntica a la lucha por un ideal de raza: el enemigo deja de ser humano para convertirse en enemigo, sin más- este hombre habría sido expulsado de la Universidad, acosado por las asociaciones universitarias e incluso tendría algún problema con la Justicia -la apología del genocidio, si no me equivoco, es delito-.
Sin embargo, ahí sigue. Los muertos siguen sin despertar. 20 millones, en los cálculos de Amis.