Tanto Zabel como Riis han demostrado valor. No se han escudado en nadie. "No iba bien y me dijeron que con EPO iría mejor", dice Zabel. En eso consiste, simplemente. Hizo trampas. Zabel sí se siente culpable, porque admite que hasta entonces él no tomaba nada y aún así era competitivo. Se podía ser competitivo sin EPO hasta 1994.
Riis no se siente culpable porque da a entender que la práctica estaba suficientemente generalizada en 1996 como para no sentirse un tramposo. "No fui del todo limpio" se limita a decir, pero sin poner en duda en ningún momento el valor moral de su victoria, por encima del símbolo físico -"tengo el maillot guardado en una caja en el garaje, se lo pueden llevar cuando quieran"-.
Hasta ahora había faltado sinceridad en el pelotón. Después del escándalo alemán, será imposible. Los ciclistas ya no son víctimas pacientes, sino activas. Hacen trampas para mejorar su rendimiento. Dopaje. Lo ideal sería que salieran todos, lo reconocieran y pudiéramos empezar de cero. Incluso, siendo idealistas, que lo reconocieran otros deportistas y saliéramos todos de dudas.
Porque quedan dudas, claro.