Ya está online mi segunda columna en Culturamas, parece que la cosa funciona:
La última vez que leí a John Cheever fue en un pueblo de la costa catalana, cinturón rojo de Barcelona. Pasaba el verano en casa de mi novia, aunque no estaba claro que fuera mi novia. Nos queríamos, eso era todo. Ella se iba a trabajar por las mañanas, a una radio del Paseo de Gracia y yo me quedaba tirado en el suelo leyendo, recién desayunado, todas aquellas historias de trenes de cercanías y matrimonios a punto de romperse y urbanizaciones con piscina donde todo parecía inmutable.
Por supuesto, eso no invitaba al romanticismo. Yo esperaba que ella volviera como si ya fuera mi ex mujer y no es algo que les recomiende. Inventaba relatos sobre parejas que discutían en torno a una pecera o a una jaula de periquitos, esa era mi vida hace cuatro años.
¿Y cómo es mi vida ahora que me reencuentro con el segundo volumen de relatos de Cheever, publicados en su momento por emecé y con epílogo de Rodrigo Fresán? Esa es una buena pregunta, como cuando me encuentro de repente con el vídeo-clip de una canción ya pasada de moda pero más o menos reciente y no puedo evitar pensar: ¿Era feliz la primera vez que lo vi?, ¿estaba enamorado?, ¿creía estar enamorado o al menos lo deseaba fervientemente? Ese vídeo… ¿me hacía bien o me hacía mal? Me refiero a… ¿me animaba y me hacía salir a la calle dispuesto a comerme el mundo o, al revés, me ponía delante de las narices todas las cosas que quería tener o sentir y de las que no me sentía capaz?, ¿lo vi antes de… o fue después, cuando ya…?
El grupo, la cantante, el solista… ¿me parecían más o menos felices que yo?, ¿eso me molestaba?, ¿me animaba a escribir relatos sobre la fama y su infelicidad inherente?, ¿soy ahora más feliz que entonces, más feliz que ellos, más feliz que cuando lo vea la próxima vez?
¿Alguna vez fui feliz? Creo que sí, pero… ¿cuál era mi banda sonora entonces?, ¿es verdad que la música sólo sirve para tapar la tristeza? En ese caso, ¿qué hacemos cuando la música nos pone tristes?
Tiendo a la nostalgia. Por ejemplo, la película “Héroes”. Tienen que ver la película “Héroes” en cuanto se estrene, háganme caso: pre-adolescentes en un pueblo catalán, sin costa pero con pantano. Mis problemas con la pubertad y las sonrisas cómplices de las chicas caramelo: yo nunca tuve amores de adolescente y ni siquiera amores de verano, de esos estilo Beach Boys o canción de los Beatles. Iba a un sitio donde jugábamos al futbolín y no valía ni media ni guarra y veía a los demás emborracharse y nos sentábamos en los coches mal aparcados y perseguíamos chicas por distintos bares, pero eso era todo: nosotros las perseguíamos y ellas se escapaban con una facilidad asombrosa.
No, por más que recuerde, la melancolía ya estaba ahí, pero no había sonrisas cómplices por ningún lado.
El Estado es un sensor
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*por Yaiza Santos*
Enumeró, en contra de su costumbre, lo que hasta ese momento había
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Hace 12 horas