sábado, octubre 30, 2010

Copia certificada

No tenía el mejor concepto de Kiarostami y si he de ser sincero no es la película más divertida que he visto en mi vida. Eso sí, es una delicia de realización e interpretación. Soberbias. Aquí, mi reseña, que también pueden encontrar en Notodo



La realidad y su representación, es decir, el arte pero no solo el arte. Esa es la obsesión de Kiarostami en su nueva película desde el propio título: efectivamente, el iraní nos habla de copias y originales y de la dificultad de distinguir entre ambas cosas. Incluso de la inutilidad de querer distinguirlas: bastaría con disfrutarlas. Copia certificada nos presenta a una Juliette Binoche en estado de gracia, mejorando pasadas actuaciones, y a un William Shimell algo desigual: perfecto como sobrio y seductor escritor inglés, pero algo exagerado a partir de esa introducción del personaje. Ellos dos son la película, nadie más está invitado. Durante una hora y tres cuartos, tenemos disquisiciones sobre arte, vida, amor, paternidad, matrimonio... Hay que reconocer que no siempre es fácil seguir el guión y que, en ocasiones, la cosa se pone muy densa, quizá demasiado.

Ahora bien, lo importante es saber disfrutar. Kiarostami juega con la ambigüedad continuamente: cada plano es un prodigio para los sentidos, hay que estar atentos a todo. Eso es realismo sucio de verdad, la vida contada a través de detalles, de brochazos aparentemente intrascendentes pero que lo dicen todo de los personajes. La realización es excelsa, un espectáculo: la cámara siempre está donde debe estar, nada ocurre sin razón. A veces, y perdón por la frivolidad aparente, nos recuerda a esas viñetas de Ibáñez en las que Mortadelo y Filemón discuten y alrededor no dejan de pasar cosas: una anciana golpeando a un ladrón con un bolso, un perro perseguido por un gato, un par de ratas fumándose un cigarrillo... Desde luego, Kiarostami exige y exige mucho. No todo el mundo estará dispuesto a conceder tanto y entrar a su juego pero, si entras, merece la pena.

Lo mejor de todo sin duda es la ambigüedad: dentro del juego de original y copia, realidad y representación, que Kiarostami decide llevar del mundo del arte al mundo real, a un pueblo de la Italia profunda, hay pistas pero no hay soluciones. Lo normal es que cada uno salga de la película con una explicación diferente y no parece que al director le moleste eso, al contrario, lo fomenta. Algunos pensarán que han encontrado algo puro en lo que no era más que un montaje, otros se darán cuenta de que todo, en realidad, es una representación y que, como dijo Kant: "cien taleros imaginarios valen lo mismo que cien taleros reales". Puede que todos se equivoquen.