Estoy en Santander e incomunicado. Créanme que no me gustaría estar en Santander e incomunicado, pero no entraré en más detalles. Copio y pego la entrevista que aparece en el blog de Neo2 con Bret Easton Ellis. Hay al menos otras dos versiones: la que aparece en la revista (cómprenla, también hay otra entrevista mía con Pennebaker y Hegedus) y una especie de "director´s cut" que es básicamente esto pero un poco más extendido y que igual decido colgar en algún momento de mi vida. No en este, desde luego.
“Él siempre se sienta aquí”, dice la jefa de prensa de Mondadori mientras señala un sillón negro frente a una mesa de cristal. Al otro lado de la mesa, por supuesto, otro sillón negro donde me tengo que sentar yo. Solo falta Bret, que llega quince minutos tarde, sorbiendo y algo congestionado. Al parecer, uno de los periodistas apareció ayer tosiendo y estornudando y el virus no ha tardado en alojarse en el escritor. Una mala noche. Me pregunta qué tal el día, cómo va todo. De momento, bien. Tenemos solo media hora así que se me ocurre preguntar, a quemarropa:
Hay una canción de Hole, el grupo de Courtney Love…
Déjame adivinar… “Celebrity skin”, ¿no? ¿Malibu? ¿De qué disco estamos hablando?
Del primero, “Pretty on the inside”, hay una canción que dice “There is no power like my pretty power”, ¿hasta qué punto la belleza es una forma de poder? (Bret sonríe, dice “ya veo”, mira a su alrededor: jefa de prensa, escritor de la editorial, traductora, joven impertinente de Neo2, sonríe y empieza a hablar para todos, seductor y gesticulante, como si nos fuera a contar un cuento):
Llevo dos días metido en un hotel donde siempre me pierdo. Ayer estaba despierto de madrugada con este resfriado ya empezando, en el suelo, de rodillas, contando los calzoncillos limpios que me quedaban… No sé, me siento como Bill Murray en “Lost in translation”, no conozco a nadie, siempre cojo el pasillo equivocado y acabo en algún lugar sin ascensor y tengo que preguntar y acordarme de adónde quería ir… Bueno, el caso es que me levanto esta mañana, con la garganta hecha polvo, sudando, y decido llamar al servicio de lavandería para tener ropa interior limpia. ¿Sabes cuánto cuesta que te laven un par de calzoncillos? 10 euros. Y yo necesitaba lavar 14 calzoncillos. Me he gastado 140 euros en lavar calzoncillos y me he sentido bastante decadente, además del resfriado… y al final consigo salir de la habitación, llego aquí, un fotógrafo me pide que pose varias veces… ¡Yo ni siquiera sé posar! Quiero decir, sé posar, sé hacer como que poso, hago lo que me dicen, pero se me da fatal, no resulto nada natural. Miro a la cámara, me pongo serio, sonrío, lo que sea… Me siento en este sillón, pido unos pañuelos y un periodista me hace una pregunta que en realidad es un tratado filosófico: “La belleza como forma de poder” ¡Estoy otra vez en la universidad! (sonríe más, exagera el gesto con los brazos abiertos, todos seguimos mirándole, esperando que vuelva a la pregunta, pero a la vez fascinados por su forma de hablar lenta, cálida, caramelo de menta en la boca para aclarar la garganta). Me siento como si hubiera llegado tarde a clase y el profesor como venganza me hiciera una pregunta de examen cuya respuesta no sé. Llevo tres semanas de promoción, estoy agotado, he pasado por Francia, donde todo el mundo se toma todo tan en serio, dando respuestas casi al azar para que se quedaran tranquilos…
Yo creo que va a contestar, así que no le interrumpo. Dejo que la puesta en escena sea la que es, le miro fijamente a los ojos, hago como que no estoy impresionado por el espectáculo, sonrío también, y al cabo de unos cinco minutos escribo por fin la respuesta:
…Pero sí, desde luego. La belleza cruza todos los límites. Estamos entregados a la belleza, es algo instintivo. Incluso los niños pequeños se sienten más atraídos por una cara de rasgos simétricos que por otro tipo de caras. Somos así, nos gustaría negarlo pero es un hecho. ¿Puedes tener poder siendo pobre pero con belleza? Sí. Ahora bien, la belleza sola no sirve. Me he encontrado muchas veces –y podría dar nombres propios pero no viene al caso- con gente de la que me he enamorado por su belleza para al final descubrir que no había nada más y sentirme muy decepcionado. También he acabado sintiéndome atraído por otras personas que había descartado por su físico y que al final me han cautivado por su capacidad para atraer. No solo la belleza, también la atracción tiene un poder enorme.
Prueba superada. Seguimos. ¿Por qué eligió el adjetivo “imperial” para “Suites imperiales”?
(Risas) Aquí estaría muy bien hablar del Imperio, de Estados Unidos, nuestra explotación de otros países. En Francia me lo preguntaban todo el rato y yo acababa diciendo “sí, tenéis razón, me estoy refiriendo a todos los lugares que hemos invadido en nuestra codicia. Es una novela sobre… ¡Irak!” y los periodistas se alegraban, “eso es lo que yo pensé al leerla, eso es exactamente lo que pensé”… pero no, no hay segundas intenciones. “Imperial bedrooms” es el título de una canción de Elvis Costello. Quería cerrar un ciclo con Costello. Sale en prácticamente todas mis novelas: “Menos que cero” es el título de otra canción suya. Podría ser un reflejo de la explotación sexual de California, etcétera, pero no, simplemente es una canción de Elvis Costello que me gusta y quise ponerle ese título.
En la contraportada de “Menos que cero” siguen diciendo que es “El guardián entre el centeno” de los 80…
Bueno, eso es marketing. “El guardián entre el centeno” es un gran libro pero se ha convertido en una marca. Tiras el título y surgen las asociaciones inmediatamente: “El Holden Caulfield drogado”, “El guardián entre el centeno de la Generación MTV”. Había leído el libro y sí, me había gustado. Me gusta Salinger, escribe mucho mejor que yo, pero no era una de mis influencias. Decidí ser escritor cuando leí de una sentada, en una noche, “Fiesta”, de Hemingway.
Y el resto, en el número de noviembre de Neo2, ya en sus quioscos
El Estado es un sensor
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*por Yaiza Santos*
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