domingo, septiembre 07, 2008

Una noche en el Babelia


En nuestras noches, el Babelia era la promesa que quedaba después del Honky, casi de día. Era el lugar donde nunca nos planteábamos seriamente ir porque el cansancio después de horas de baile era tremendo y teníamos demasiado sueño para andar con experimentos. En nuestras noches, las noches con Fer, con la Chica Portada, con Hache, con Álida, con Simón, con Carla... la banda sonora lo era todo y nosotros no éramos más que personajes de un eterno video-clip. Pedíamos canciones en el Top of the Pops y venerábamos al DJ con gafas del Honky, el que se parece tanto al protagonista de "Malas ventas", el que se iba justo ayer del citado Babelia cuando nosotros entrábamos y nos miraba como si nos quisiera reconocer pero no lo consiguiera.

Y esto no pretender ser una metáfora.

Así que ahí estábamos. No todos, por supuesto, pero sí algunos, en la tierra prometida pero a una hora decente. Un sitio pequeño, el Babelia, como un bar mal iluminado más que un pub o una discoteca. Carteles de Radiohead en las paredes, fiestas del mojito, gente que canta cumpleaños feliz. Escuchar el "Popular" de Nada Surf -being attractive, that´s the most important thing there is. If you wanna pick the biggest fish in your pond you´ve got to be as attractive as possible- y luego discutir sobre si la letra del "You oughtta know" es una de las mejores letras de la historia. Hache y la Chica Portada dicen que no, yo digo que sí.

And I´m not gonna fade as soon as you close your eyes (you know it)

Sentarnos en unos cojines, con vistas a la calle Covarrubias y pensar: ¿Qué demonios era lo que nos mantenía juntos entonces? ¿Qué clase de pirados nos quedábamos hasta las 6 de la mañana casi todas las noches, prolongando la fiesta con burritos y cafés con leche? ¿Qué pasaba, para que toda la semana fuera una continua espera de Stereophonics o Bloc Party o The Killers o Casabian, Interpol, The Gossip? Nos juntábamos en círculo y cantábamos We are your friends, you´ll never be alone again. Como si fuéramos nuestros propios fans.

Uno piensa en las noches de otoño e invierno, las noches que deberían de haber sido tristes, que lo tenían todo para ser tristes y recuerda toda esa irrealidad de botes y canciones, y piensa qué ha cambiado y recuerda aquella frase de aquel libro: las noches no son como antes, pero las noches de antes fueron las mejores de mi vida, y, por definición, uno no puede pasar las mejores noches de su vida todo el rato. Si soy capaz de explicártelo a ti, como no voya poder entenderlo yo mismo...

Y entonces, ya sentados, algo melancólicos -algo melancólico yo, al menos-, ponen Franz Ferdinand -when I woke up tonight I said... I gotta make somebody love me- y la Chica Portada insinúa que el pincha del Honky está con nosotros en espíritu y las sospechas se confirman cuando suena la canción por excelencia de aquellos meses, la canción-contraseña, la canción-rabia, la canción-enigma, la canción que puede que esté publicada en un relato dentro de poco y que nos dio el lema para todos aquellos meses, para una forma de ser, una forma de estar, algo así como un grito desesperado, una última reivindicación post-adolescente de voluntad y afirmación y que se limitaba a cuatro palabras: Sleeping is giving in

Y recuerdo nuestros ojos, los de todos, cerrándose. Los tiempos en los que no hacíamos preguntas porque las respuestas dolían. Los tiempos en los que todo eran sonrisas y un dejarse llevar suave y confortable, masaje de shiatsu en la conciencia. Los tiempos de las treguas de once de la noche a las siete de la mañana, de spaguetti después de partidos de baloncesto, de jugadores franquicia y miles de emails y uno sonríe pensando en aquello de Lichis, aquello que debería de ser tan 2005 y sin embargo es tan 2007, tan 2008, incluso: ¿Llegamos alto, con las estrellas, me confundí entre ellas? y se siente realmente orgulloso de haber estado ahí, entonces, cuando el Babelia no era realidad sino fantasía. Cuando nos manejábamos en los límites de nuestro propio entusiasmo sin dejar que ni una rendija de luz -de recuerdos- se colara. Cuando éramos las estrellas de nuestro propio equipo imbatible. Estrellas de portada de revista. Terriblemente guapos.

Y tengo la tentación de decir algo al respecto, pero me callo, porque el entusiasmo es algo que se comparte y el orgullo, por definición, es una pasión solitaria, y ponen algo que parece algo (pero no es) y acabamos las copas y, pese a los mensajes, pese a la insistencia, nos rendimos y nos vamos a dormir.