miércoles, septiembre 24, 2008

La casa de mi padre


No sé si esta película de Gorka Merchán cierra el ciclo del terrorismo en este Zinemaldi, pero lo que sí sé es que, de momento, ha sido la más valiente a la hora de afrontar el tema. Porque resulta que hay buenos y malos. Y resulta que los malos son los que matan y los buenos son los que huyen y mueren y son perseguidos.

¿Maniqueísmo? Bueno, permítanme una licencia...

Merchán cuenta con un reparto maravilloso que funciona de manera irregular y cae por supuesto en el error narrativo de que los personajes sean ejemplos de conducta y pensamiento, lo que le lleva a numerosas redundancias. Comoquiera que el nacionalismo es un mundo redundante, no queda del todo mal. De hecho, el reflejo del fanatismo incluso se agradece. Porque sí, hay fanatismo. Y hay odio. Y hay amenazas, y todo lo que quieran. Y hay que atreverse a contarlo.

La historia -breve sinopsis sin demasiados spoilers- cuenta la llegada de un empresario vasco -Carmelo Gómez- a su pueblo natal, cerca de San Sebastián, un pueblo dominado por "la izquierda abertzale" en el que no es demasiado bien recibido porque en su momento se negó a pagar el impuesto revolucionario y se le considera un "traidor al pueblo vasco". Junto a él llegan su mujer -Emma Suárez- y su hija -Verónica Echegui, con un acento argentino forzadísimo, una de las pocas decepciones de la peli-.

Van a ver al hermano de Carmelo Gómez, un batasuno convencido que está agonizando en un hospital. Por supuesto, entre los dos hay peleas políticas, aunque no demasiado estridentes. El hermano abertzale está cambiando: condenó a título individual un atentado y la organización le hizo rectificar y le hicieron el vacío. Sigue pensando que su hermano es un traidor, pero también piensa que determinadas cosas no se pueden hacer (ese pensamiento es muy vasco).

Tiene miedo además por su hijo, un desaprovechado Juan José Ballesta, un "borroka" de pro: juega a la pelota vasca, lleva coletilla, va a herrikotabernas, escucha música punk en euskera, habla continuamente de "nuestro pueblo"... y quema cajeros. ¿Estereotipo? Puede, pero ¿cómo se cuenta todo esto sin estereotipos? Tiene miedo, decía, porque le ve muy metido en el mundo de la lucha callejera y no quiere que siga por ahí. Le pide a Carmelo Gómez -un poco surrealista pero bueno- que le cuide. El resto de la película es eso.

El mejor momento, sin duda, es cuando, después de un atentado, políticos y amigos se reúnen junto al ayuntamiento, guardan un minuto de silencio y después aplauden. Emma Suárez se pregunta: "¿A quién aplaudimos, al muerto o a nosotros?" En la película rezuma todo el rato el "algo habrá hecho", el abuso del odio, la utilización de los chavales -recuerden lo que decía ayer del Premio de la Juventud-, Merchán desmonta muchos de los argumentos clásicos de la izquierda abertzale sólo con exponerlos, que es un prodigio de sutileza y no cae en demasiados dogmatismos a la hora de defender la posibilidad de vivir en paz.

Vamos, que es un claro candidato a que un grupo de chavalines se le pongan enfrente de su casa con pancartas de "Fascistas, fuera de Euskal Herría". Pero llega un momento en el que te plantas y dices "no", ¿no era así? Y se agradece.