Tirma canturrea apasionada. Es una chica con facilidad para apasionarse. Octavio y César -genial combinación de nombres brasileño-chilenos- piden canciones y, en la taberna, un grupo de treintañeros -quizás algo más, quizás algo menos- cantan canciones con la guitarra en voz baja, sin importarles si los demás hablamos o escuchamos o marcamos el ritmo con las manos, los pies, los chasquidos de los dedos.
El repertorio va de Eric Clapton a canciones partisanas, pero sobre todo cantan en euskera, aunque con nosotros hablan en castellano con una amabilidad desbordante.
Rekalde parece estar completamente fuera del mundo y la ciudad. Es uno de esos sitios que reivindican que "otro mundo es posible" y se dedican a vivirlo. Por supuesto, hay algo de publicidad del festival, pero poca. Hay turistas, también, pero la ambientación es de bar de pueblo, de aldea, más bien. Pocas mesas y pocas sillas. Madera vieja. Olor a marihuana. Barrio viejo.
Intentamos entrar en la fiesta de "Tiro en la cabeza", pero no nos dejaron. Se ponen muy exquisitos aquí con las invitaciones, y la mayoría de las fiestas no son para actores ni actrices ni directores: son para empresarios. No hablemos ya de escritores o periodistas. Nada de nada. Las fiestas, las supuestas grandes fiestas, y no las que nos montamos resacosos en las tabernas, son aburridas y tristes, con ese punto decadente que tiene la ostentación. "Me siento pez fuera del agua", resumía Natalia Mateo el lunes en Zurriola y tenía razón.
Son fiestas sin talento ni inventiva. Fiestas industriales.
No sé si alguien ha leído mi
primera crónica del Festival en Almiar. Si no lo ha hecho, que lo haga. Hay algo falso en todo esto: me refiero al glamour. En San Sebastián no hay glamour o yo no lo encuentro. Nadie parece estar pasándoselo realmente bien, sino más bien intentándolo, de esa manera concienzuda y concentrada de "venga, voy a pasármelo bien" que resulta tan forzada.
Si hay que buscar, mejor buscar en lo pequeño. Esta noche iremos a ver a Arthur y su producción, "La casa de mi padre". Recuerdo aquella fiesta que Filmax montó en el Bataplán para Koldo Serra y en la que acabamos todos a la media hora en el Be-Bop, bailando al ritmo de Borja Crespo. Reducir, de eso se trata. Crear nuestra propia lista de invitados y después quemarla.
Una coca-cola y una guitarra y una voz en euskera. Y que eso valga.
P.D. La foto está sacada de este blog: http://subversado.blogspot.com y, obviamente, no corresponde a la noche de ayer...