...y no paraba de granizar y nos quedamos ahí en la entrada del Honky, justo debajo del toldo del bar, todos mirando las piedras rebotar sobre los coches, las alarmas disparadas, las siluetas corriendo codificadas tras las esquinas y sonreíamos como niños pequeños, con la ilusión de un niño pequeño ante su segunda tormenta -o la tercera, en cualquier caso, con la ilusión de un niño pequeño que ya no teme a las tormentas- y por un momento daba igual quién fuera el portero, quién el Disc Jockey, quién el músico, quién la Chica Portada, quién yo, lo que importaba era el agua y la intensidad y la posibilidad de sentirnos todos iguales, a la vez, pensar en lo mismo y convertirnos en otra cosa, cualquier otra cosa. Un charco, por ejemplo.