martes, septiembre 24, 2013

Luna de Miel IX. Torre de Pisa.


Es nuestro primer paseo en dos semanas. Nos pusimos delgadísimos para casarnos y la cosa no está durando. No es intencionado: si por nosotros fuera seguiríamos eternamente jóvenes, guapos y flacos, pero en medio se han interpuesto demasiados spaghetti al pomodoro, demasiadas bisteccas, demasiados risottos. No hay equilibrio calórico que resista desayunar, comer y cenar fuera de casa durante dos semanas, así que la caminata desde los apartamentos al centro de Pisa tiene un doble objetivo: uno, moral, que es pensar que estamos quemando algo; otro, puramente físico, desabotargarnos tras unos días de demasiado coche, demasiadas curvas y demasiadas cuestas.

Por lo demás, es un paseo bonito aunque peligroso. Las afueras de Pisa son las afueras de cualquier ciudad de campo y a la vez sus caminos son básicamente carreteras en las que a veces tenemos que cruzar las rotondas a la carrera. Pisa es de lejos el lugar más tranquilo en el que hemos estado. Aquí no hay prisas y nadie se interesa siquiera en atropellarnos, así que pronto llegamos a un área que parece universitaria y ahí sí que aprovechamos un camino peatonal que sospechamos está pensado para las bicicletas.

En realidad, sorprende de Pisa que todo sea universitario. Facultades de medicina, facultades de filología... estudiantes muy guapos y muy guapas que se gastan bromas y le dan a la ciudad un tono de alegría que nos ha faltado quizá en nuestras aventuras medievales. Chicas que pasean su graduación por la calle igual que en Madrid pasean pollas de plástico o bañadores de Borat en las despedidas de solteros.

Estudiar en Pisa supongo que tiene que ser un aliciente para estar a la altura. Pongamos que uno estudia arte en Pisa -pongamos que uno estudia arte en cualquier lugar de Italia, ahora que lo pienso- y decide saltarse las clases. ¿Qué puede hacer? La culpabilidad le perseguiría por toda la muralla, por las iglesias barrocas y por ese tótem de la cultura universal que es la Piazza del Duomo, uno de esos lugares que has visto tantas veces en televisión, en fotos, en libros de texto... que parece increíble que esté ahí de verdad para ti, tu mujer y la cámara: la enorme catedral, el enorme baptisterio y la carismática torre, símbolo europeo del esplendor pasado, con sus turistas repitiendo la foto inevitable, haciendo que sujetan la torre o que la empujan.

En la vida hay dos clases de personas, los que luchan en sus fotos por salvar la cultura y los que luchan porque se caiga y a tomar por culo todo. Nosotros quedamos en un punto medio: los que no se hacen fotos más que el día de su boda y se preparan para estar guapos cuatro meses.

Después de la plaza, el Arno, el mismo Arno de Florencia, con su mismo brillo y un claro parecido en los puentes. Más universitarios, más parques, más feromonas, hasta que un taxi nos lleva de vuelta a casa, porque una cosa es mitigar los daños y otra es ir de héroe por la vida. Mañana subimos a La Spezia, la primera de las Cinco Tierras, y no será un día tranquilo, sino de largo viaje, mucho tren y hermosos parques naturales. Acercarse al mar y respirar los Alpes. Parece increíble, insisto, que este país esté a punto de irse a la mierda.