martes, septiembre 10, 2013

I don´t care, I love it



En la bolsa del amor, mis acciones fueron las primeras en acabarse. No crean que esta es una metáfora cursi o la letra de una canción de Pablo Alborán: de hecho fue así. En 2003 a alguien se le ocurrió el juego en cuestión y, si quieren mundanizar un poco todo esto, sepan que las "acciones" se llamaban "flukis", que es un término muy poco Fórmula 40. Cada acción tenía un valor y tú podías comprar acciones de Guille Ortiz como podías comprar de cualquier otra persona con un dinero previo establecido y te daban rendimientos según esa persona ligara más o menos. Básicamente, era un rito de apareamiento y al que lo organizó creo que le fue bastante bien pero a mí y a los que confiaron en mí nos fue de pena porque desde ese momento pasaron dos años y pico hasta que volví a estar con una chica.

Fui el Lehmann Brothers del amor. El AIG de las relaciones de una noche.

Esto viene a cuento de la diferencia que siempre he notado entre las expectativas que los demás han depositado en mí y la imagen que yo tenía de mí mismo, salvo momentos repelentes de los que, en general, me arrepiento. Por ejemplo, cuando escucho la canción de Icona Pop, aquella del anuncio, la que da título a esta entrada, y esas dos chicas dicen "tú naciste en los setenta pero yo soy una perra de los noventa" me es imposible no respirar con alivio porque en el fondo siempre pensé que mi futuro sería ese: una chica quince o veinte años menor que yo a la que no entendería en absoluto y que se burlaría de mí en una canción que daría la vuelta al mundo.

Así he sido yo siempre de pesimista, lo que no quiere decir en absoluto que eso fuera lo que deseaba, al contrario. Yo creí que acabaría con una inestable de veinte años porque yo sería un inestable de cuarenta y no podría aspirar a mucho más, pero quería una chica dulce, inteligente, conversadora, lo que durante años Fer y yo hemos llamado "una chica limpia" sin saber muy bien a qué demonios nos referíamos.

Lo sorprendente, por tanto, es que me case en dos días con la Chica Diploma y lo esté llevando con tanta naturalidad. En serio, me asombro cada día, como si no fuera posible, como si hubiera algún truco escondido y en cualquier momento una señorona del casino de Torrelodones fuera a decirme: "Mal, lo has hecho mal". Solo que no veo el truco por ningún lado y desde luego yo con estas cartas me planto, señora, me planto de por vida.

Ella dice que no está nerviosa por la boda porque es como si ya estuviera casada conmigo. La entiendo. Yo dije algo muy parecido el sábado en la despedida de soltero, pero en realidad lo que pienso es "dios mío, es que esto es verdad, es que va a ser oficial en nada y llevará mi anillo y yo el suyo y sí, es reversible, pero, ¿?¿cómo demonios lo he conseguido?". Porque casarse con la Chica Diploma es algo al alcance de muy pocos, porque la Chica Diploma aparte de ser preciosa y muy lista, está viva. Llora y ríe y le importan las cosas y eso, de verdad, no es tan común, aunque a mí a veces me parezca que le importan demasiado algunas cosas y a ella le parezca que a mí me importan demasiado poco.

Así que, bueno, estoy nervioso, pero no tanto por la posibilidad del error -sí por la responsabilidad, porque decirle a alguien que se case contigo y luego fallarle debe de ser horrible- sino por esa sensación de que en cualquier momento algo va a estropearse, como quien quiere cobrar el billete de lotería cuanto antes no se lo vayan a robar o se den cuenta de que uno de los niños ha leído el número mal.

Esta mañana pensaba en la suerte que tuvo también mi padre. Se casó con dos mujeres bellísimas, lo que hace un total de tres mujeres bellísimas entre padre e hijo, una media más que aceptable. Me hubiera gustado hablar de esto con él, nos hubiéramos reído. Yo creo, sinceramente, que él tampoco se lo esperaba, pero puede que sí. El problema con mi padre se redujo a eso, a que era imposible saber lo que pensaba así que yo le hice imposible saber lo que pensaba yo. Un acuerdo nefasto.

Es una pena. Si todo hubiera ido bien lo habríamos compartido con una sonrisa de pillos, una sonrisa de "esto no se lo esperaba nadie y se la hemos jugado". Excepto los accionistas que apostaron por mí con sus flukis en 2003, cuando yo tenía 26 años, salía de dos relaciones a la vez y lo más que podía prometer a mi público era trabajo, no títulos.

Pero no, no todo fue bien, y de hecho casi todo fue mal.