miércoles, septiembre 18, 2013

Luna de miel III. Bistecca alla fiorentina


Me he dado cuenta de que la mayoría de las definiciones que hago de Florencia son por oposición: Florencia no es Nueva York, Florencia no es Lisboa... y así podríamos seguir toda la luna de miel porque, lógicamente, Florencia no es muchas cosas y si destaca por algo es precisamente por ser difícil de definir.

Un ejemplo: el "bistecca alla fiorentina", plato típico de la ciudad recomendado por el mismo dueño del hostal nada más llegar el lunes. El viajero escritor, el que sueña con llegar a una ciudad y pontificar: "Los florentinos son..." buscará en la gastronomía algo de ayuda para sus dogmas pero en este caso resulta que el plato de la ciudad es un entrecot. No digo "un tipo de entrecot". No. Un entrecot. Un puto entrecot con su costilla a un lado y su carne tierna. Muy rico y muy grande, vale, pero un entrecot.

Hablamos de una ciudad que cree que ha inventado el entrecot y eso descoloca bastante. Por supuesto ha inventado muchas cosas y puede que uno ya se crea el ombligo del mundo, pero esto es chocante.

Si alguna conclusión se puede sacar de todo esto es que Florencia tiene un punto ensimismado y he de reconocer que las ciudades ensimismadas me gustan solo para un rato porque parece que piden a gritos que alguien les diga: "Pues no es para tanto". Desde Twitter, Rubén Roca matiza que no quiso decir como yo sí dije ayer que Florencia era hortera y me da otra pista para saber en qué cajón de estantería colocarla: Florencia es un viaje en el tiempo, especialmente de noche.

Sí, puede ser. Desde luego, tiene sentido, aunque las noches de Forencia, al menos por la noche y en el Duomo son raras. Las plazas se vacían de 8 a 10 y de repente se llenan de nuevo, de manera que resulta complicado dormir con los gritos y los David Guettas improvisados del bar de abajo. Flotencia, lo hemos dicho varias veces, no es muchas cosas pero sí es un poco Avignon, es decir, una ciudad papal sin Vaticanos, una ciudad medieval con ínfulas. La noche de Florencia, esa noche silente de edificios recortados con luz pálida yo solo la vi antes en esa pequeña ciudad apóstata de la Provenza.

Allí viajabas a la Edad Media, sin matices; aquí viajas a esa versión Woody Allen de la Edad Media que fue el Renacimiento.

Aparte de la historia de la ciudad queda la historia del matrimonio. Un matrimonio que se levanta muy pronto para evitar colas en la entrada a la Catedral y cumple con sus obligaciones turistoides, incluyendo el Baptisterio y los 250 escalones que suben al campanario. Después, sin prisa pero sin pausa, la Capilla Medici, reconvertida en museo, la Basílica de San Lorenzo y la de Santa María Novella, que es una verdadera preciosidad. De hecho, todo esto son intentos de ponerle pegas al pibón del anuncio. Si dejamos el cinismo al lado, la ciudad es un escándalo y la Chica Diploma puede comer sus pizzas sin gluten, sus helados sin lactosa y comprar chaquetas en una galería subterránea a un precio muy razonable.

Después de la comida, el día se empieza a hacer largo. Un cansancio mental más que físico, como si la asunción de la belleza tuviera sus límites. Entramos en un café que parece regentado por Gao Ping, bordeamos la fortaleza del norte, entramos en barrios normales, algo lisboetas, Plaza de la Independencia, Plaza de San Marco... y acabamos en la Annunziata, una plaza con encanto, escaleras y yonkis, lo que uno le pide a una plaza de una ciudad moderna.

Como son aún las 4,30 prolongamos un poco más el paseo, esquivando las colas para ver el David verdadero y centrándonos en las fachadas de la calle Tornabuoni hasta llegar de nuevo al río Arno, que es otra preciosidad. La verdad es que la ciudad se nos ha dado bien, no tenemos queja, solo un cierto dolor en las piernas que hace que volvamos al hostal para que yo vea el baloncesto y mi mujer duerma una horita y pico, como duerme ella, sin avisar: un segundo estáis reservando juntos un hotel en Londres y al siguiente lo que queda es un soplido monocorde y una boca entreabierta.

Queda la noche pero yo lo único que espero de la ciudad ya es un buen copazo. Eso me bastaría. Un poco de noche no renacentista. Ni siquiera digo malasañera. Con que Florencia hiciera el esfuerzo de parecerse un poco más aún a Barcelona antes de que nos vayamos a Siena me bastaría.