En la Puerta de Alcalá acabó la música
innecesariamente atronadora para dar paso a la retransmisión en directo
en pantallas gigantes. No éramos muchos, un centenar, quizá dos. Las
cinco de la tarde de un sábado no es el mejor momento para organizar un
concurso de popularidad, pero aun así los que estaban aplaudían
entregados y los turistas, un buen porcentaje, se unían a la claque con
respeto y naturalidad. Habló Juan Antonio Samaranch Jr. y habló en
inglés. Eso fue una novedad porque en la rueda de prensa anterior
habíamos tenido que pasar por el trago de ver cómo nuestra alcaldesa no
entendía nada de lo que le preguntaban y el propio presidente del COE le
decía a un periodista: “Sorry, no listen the ask” para pedirle que
repitiera una pregunta.
España cutre, España paleta, España que no sabe dar una imagen de sí misma mínimamente moderna, educada, internacional.
Cuando acabó Samaranch se despertó algo parecido al entusiasmo, un
entusiasmo que se fue congelando cuando vimos los tres representantes
que venían a continuación: Mariano Rajoy, gritando como si estuviera en
el Congreso ante el run-run habitual y leyendo un texto en español;
Ignacio González, que mitigó los daños y al menos utilizó un inglés
correcto... y Ana Botella, completamente superada por las
circunstancias.
Era imposible seguir creyendo después de eso y el silencio se hizo en
la plaza. La alcaldesa no solo destrozó un inglés que no entendía y que
se convertía por tanto en una interpretación mil veces ensayada y
tremendamente sobreactuada, sino que se puso a hablar de cafés con leche
y de lo bien que se lo había pasado en Buenos Aires como si fuera la
monitora de un campamento de verano y no la máxima responsable de uno de
los más importantes proyectos internacionales.
Tres políticos españoles son muchos políticos como para que una
candidatura no se hunda. Una candidatura, por otro lado, sostenida por
la mentira permanente o al menos la manía tan española de “hacer como si
nada” y vivir en una realidad paralela. Les voy a ser sinceros: yo soy
madrileño y me encanta el deporte. Probablemente esta era la última
oportunidad de ver cómo mi ciudad acogía unos Juegos y me habría
encantado que se los dieran... pero lo que he estado viendo estos días
ha sido la representación de la España que más odio, la que me hace
daño, la del “que inventen ellos”.
Todo ha sido tan marcadamente español que asusta: mientras los
políticos y sus medios —imposible diferenciarles- llevaban cantando el
éxito durante meses, las casas de apuestas colocaban a Madrid en un
lejano tercer puesto. Tercer puesto de tres. Miren, yo no sé si albergar
unos Juegos es una bendición o es un desastre económico, pero cuesta
pensar que si de verdad fuera una panacea absoluta, algo por lo que
mereciera construir de antemano —y gastar de antemano- el 80% de las
instalaciones a ver si toca algo, no se presentarían tres ciudades. Como
mínimo, suena extraño.
Se ocultaron los favoritismos de casas de apuestas y expertos, se
confió en el típico “si no se dice, no existe”, se mandó a gente
claramente no válida: Ignacio González sonreía sin saber muy bien qué
hacer, Ana Botella personificó un alud de incompetencia propio de
alguien que no ha sido votado como alcaldesa, que ha llegado a ese
puesto no por sus méritos y sus capacidades sino por su ascendencia en
un partido político y que no está ni de lejos preparada para algo así.
Comparen con Livingstone y Coe en 2005. Lo mismito. Alejandro Blanco,
exhausto, intentando convencer con las mismas armas de siempre: las
mismas instalaciones construidas ya para 2012, el mismo mensaje de “qué
bien os lo vais a pasar en España”, las mismas imágenes de la Eurocopa
de 2008, las mismas castañuelas y tablaos flamencos que llevamos
vendiendo desde los años cincuenta.
Aquella no era la imagen de un país moderno ni preparado porque
España no es un país moderno ni preparado. Es un país donde medran y
deciden los que más morro le echan, donde la trampa se ha hecho regla,
donde la única manera de ganar una votación así habría sido que durante
el apagón televisivo, Bárcenas se hubiera puesto a repartir sobres y
Eufemiano Fuentes, pastillas. Es el país de la Operación Puerto, que no
es poca cosa en deporte. ¿Se creen que eso sale gratis? ¿Se creen que se
puede ser un país señalado por exportar médicos y sustancias dopantes
sin control alguno y a la vez competir por unos Juegos? ¿Se cree
Alejandro Blanco que alguien puede confiar en él cuando dice que el
problema de España es que “la legislación antidopaje es tan avanzada que
causa retrasos”?
Pues sí, se lo creen, porque en el día a día es lo que han vivido
desde hace muchos años: hacer cualquier cosa, cualquier chapuza, pasarla
por el baño de la propaganda y los titulares y salirse con la suya. Un
presidente que lleva opositando al puesto desde 2003 y en diez años no
ha sido capaz de aprender dos frases seguidas en inglés. El presidente
del “It´s very difficult... todo esto” junto a la alcaldesa del
“relaxing café con leche in the Plaza Mayor”. Si esa es la imagen que
quiere dar Madrid de sí misma, le va a pasar lo mismo cada cuatro años:
su proyecto, sólido, llegará a la final, y ahí sus comunicadores,
pésimos, volverán a no convencer a más de 30 miembros del COI.
Cambiemos de imagen, cambiemos de España, exijamos un mínimo de
calidad, responsabilidad y preparación a los que mandan y no este
enchufismo constante, grasiento, de puesto de la Verbena de la Paloma.
Con eso, no nos da para competir contra Tokio, lo siento. Hay otro
Madrid, hay otra España y está esperando. En buena parte, esperando
fuera de nuestro país porque no ha quedado más remedio. Porque mientras
centenares de famosos de todo tipo viajaban con gastos pagados a Buenos
Aires a ver si se pegaban una buena fiesta, los trabajos de esa “otra
España”, sus sueldos o sus proyectos de investigación desaparecían.
Dejemos de mentir y dejemos de mentirnos. No vayamos a Argentina a
presumir de una recuperación económica que el FMI no prevé hasta 2015,
no saquemos pecho de nuestra propia incompetencia... No tratemos al COI
como si fueran unos niños. Son cualquier cosa menos eso.
Y desde luego un café con leche no va a bastar para convencerles de lo contrario, por muy relajante que sea.
Artículo publicado originalmente en el periódico El Imparcial, dentro de la sección "La Zona Sucia"