Fiesole se prepara para el Mundial de ciclismo en ruta como se preparan los adolescentes que saben que serán el centro de la fiesta. Los profesionales se mezclan con los aficionados, todos subiendo los cuatro kilómetros que separan el pueblo de la capital. Hay por tanto un aire de fiesta y unas vistas maravillosas, toda Florencia vista desde arriba, brillante bajo el sol. Es el principio de nuestro primer día de coche y lo primero que nos ha dicho la chica de Avis es que sí, es muy probable que tengamos algún tipo de accidente.
No lo dudo. Todos los tópicos sobre la conducción italiana se quedan cortos respecto a la realidad, y esto vale para coches, autobuses, ciclistas y especialmente moteros. Es la suya una temeridad extraña, una temeridad tranquila, como si llevar haciéndolo toda la vida les eximiera del destino. La Chica Diploma lo lleva bien; yo, no tanto.
Yo me pongo muy nervioso cuando hay atascos y no sabemos si nos perdemos o no y juntamos mapas e indicaciones pero no hay manera de saber si has acertado en la última rotonda hasta que efectivamente aparece el cartel sorpresa dándote la razón. El objetivo desde Fiesole es llegar a Greve in Chianti y así se lo hacemos saber a un chico joven, casco en mano, para que nos diga al menos si hay que salir carretera arriba o carretera abajo. Sus explicaciones son tan confusas como mi italiano y sucede lo lógico, nos perdemos un poco hasta que encontramos la carretera que lleva a Siena. La nuestra.
Y es una carretera llena de locos pero una carretera hermosa. Carretera de viñedos y castillos y pueblos amables con café y terraza en la plaza mayor. Pueblos que no necesitan engalanarse ni hablar inglés y así acabo en una farmacia charlando con la dependiente, explicando lo mejor que puedo que mi esposa ha sido devorada por los mosquitos -no les culpo- y vuelvo a sorprenderme de que mi italiano sea torpe y difuso, sí, pero nos saque de apuros. Greve, por lo demás, es una maravilla, como lo es cada rincón de un camino que te obliga a ir a 40, a 50, mientras empezamos a tener miedo de que en la villa que hemos alquilado ya no haya nadie, mucho más cuando resulta que nos perdemos de nuevo, que el acceso a Siena es una nueva locura y tengo que hacer como uno de esos concursantes de programas de supervivencia: bajarme del coche y preguntar en bares, en arcenes, a cualquiera que me sepa decir cuál coño es la Via Fiorentina...
...y como en los programas de supervivencia, los buenos ganan y llegan a tiempo pero hoy no se abrazan porque están cansados. Arrastran maletas hasta la recepción, se ponen los pijamas y planifican días y días de viñedos, villas y castillos, confiando en que los mosquitos y el sueño les respeten más al día siguiente.