En la calle Montera, casi llegando a Sol, han puesto a un tipo disfrazado de bocadillo de jamón serrano. Sinceramente, he visto muchas técnicas raras de promoción, pero ninguna como meter a un tío en algo que sabemos que es un bocadillo de jamón porque él lo dice... pero lo mismo podría ser un perrito caliente rebosante de Ketchup Prima, y lanzarlo a las calles a pelearse con Pocoyó. La primera pregunta que me viene a la cabeza cuando lo veo, mientras bajo a toda velocidad para cruzar Sol, subir por Espoz y Mina, Callejón del Gato, Plaza de Santa Ana y así seguir mi paseo diario hasta Planetario-Arganzuela es "Si mi negocio dependiera de que un tío se tuviera que poner a 35 grados un traje de lana con forma de bocadillo, ¿le haría ponérselo?, ¿cuánto le pagaría por ello?, ¿compensaría el dinero?"
Son preguntas que hay que hacerse de vez en cuando para saber quién eres. A veces me pregunto qué pasaría si a alguien de Cuatro o de Intereconomía o de donde fuera me invitara a esos "Campamentos de Verano" que hacen con el fútbol como excusa para gritarse y decir tonterías. Si eso pasara y el dinero fuera suficiente como para reducir el número de horas y poder leer y escribir más y, como se suele decir, "garantizar el futuro de mi familia", ¿lo haría?, ¿iría a pelearme con Tomás Roncero y Juanma Rodríguez? Nadie me va a hacer esa pregunta en ningún lado así que es bueno que me la haga yo, creo que es muy bueno poder articular una respuesta y definirte de alguna manera.
O estar preparado, simplemente.
Bien, a la primera pregunta, la respuesta es "no". No voy a hacer que nadie haga eso, no le voy a hacer a nadie pasar por eso. Jamás. Si necesita dinero, le buscaré otro empleo. Si no tengo suficiente dinero para ofrecer empleos dignos, no seré empresario. Esa es la idea, respetar el orden social, un mínimo acuerdo moral para no comernos los unos a los otros. La respuesta a la segunda pregunta es "no lo sé". Yo diría que no, pero no lo sé, porque gritar no hace mal a nadie... puede ofender al gusto, vale, pero los que tienen un gusto medianamente desarrollado no ven esos programas. De momento me quedo con un "no" que podría ser "sí" si el dinero fuera mucho. ¿Nos vamos conociendo? Espero que un poco.
Por lo demás, ya digo, de paseo en paseo. El que más me gusta, el más repetido, es el que me lleva a Delicias, sube hasta Atocha, cruza el Reina Sofía, remonta la cuesta de la propia calle Atocha, acorta por Matute y se planta en Santa Ana. Después, ya saben, Callejón del Gato -tuve durante años una psicóloga en el Callejón del Gato; me parecía una imagen perfecta de mi vida: terapia y espejos distorsionados-, Espoz y Mina, Sol, Montera y Fuencarral hasta algún punto que puede ser Tribunal, Olavide o los cines Verdi, como ayer, cuando vi "The Act of Killing" con la Linda Vaquerita y creo que me perdí demasiadas cosas. Tampoco me lo pusieron fácil, todo hay que decirlo.
Mi psicólogo -mi nuevo psicólogo, un psicólogo menos espectacular, de Francisco Silvela y terapia gestalt- dice que paseo tanto porque así todo el mundo me deja tranquilo, porque mientras paseo no escucho el móvil y nadie me cuenta ningún problema y así puedo desconectar de este último año y pico, dos años y pico, diría yo, que han sido como para tumbar a cualquiera.
A cualquiera que se deje tumbar.
Puede que tenga razón, es decir, seguro que tiene razón pero tampoco quiero decirlo muy alto porque hay gente que entiende que hagas cosas solo y gente que se puede ofender y no quiero ofender a nadie. Soy hijo único, siempre he necesitado mi espacio, iba solo al cine ya de adolescente y ahora me paseo Madrid en busca de compañeros vivos. De paso, adelgazo, que el traje me tiene que quedar bien y quedan ocho días. Es curioso, porque esta idea de huir paseando choca con la de huir metido en un tonel, la huida "apártate, que me tapas el sol", la idea
Diógenes en Sol o donde fuera, tienda Quechua, estatismo total,
nobody moves and nobody gets hurt. Los paseos, de hecho, son carreras esquivando solidarios a sueldo por Fuencarral o dejando atrás dueños de Tipos Infames que intentan venderme lámparas por Hortaleza.
Qué gran gente los Tipos Infames, por cierto. Le dije a Curro que me casaba y pareció alegrarse. Luego hablamos de editores pero los editores me empiezan a aburrir. Al principio les aburría yo a ellos y ahora me aburren ellos a mí. Tampoco es nada personal, volvemos a lo de hacer las cosas solo de vez en cuando, aunque sea agotador, aunque los pies se cubran de ampollas y duela hasta la fascia y sigas adelante cambiando pisadas, haciendo lo que sea por avanzar a toda velocidad, cuesta arriba y cuesta abajo, el bocadillo de jamón serrano buscando clientes y los ingleses tomando paellas en las terrazas.
Imaginar que el dolor no es lo que te impide dar la siguiente zancada sino el miedo al dolor. Que el dolor, en sí, es soportable, casi siempre es soportable, pero el miedo... el miedo no. Como decían en "The act of killing" -de eso sí me enteré, ya ven- lo que te quita la dignidad es el miedo. El dolor, no, el miedo. Y si quitas el miedo, quitas prácticamente todo. Esto se lo podría decir Paulo Coelho, lo sé, lo que quizá no se atrevería a decirles y ya se lo digo yo gratis es que es imposible. Inténtelo si quieren, pero es imposible.