sábado, septiembre 07, 2013

The Wolf Pack


Cuando salimos del Colonial, Fer propone ir al Honky porque la ruta tradicional era esa, pasando en ocasiones por el Top of the Pops cuando existía. Cuando en los bares había gente. Tiene sentido pero son las cuatro y pico de la mañana y todos tenemos muy buena voluntad y muy pocas fuerzas y Pablo menciona el Lady Pepa´s y por un momento pienso que estaría bien ir al Lady, claro que sí, que eso sería una despedida de verdad, la despedida a lo que fueron algunos años enloquecidos y que probablemente no volverán. 

Uno se casa para no tener que volver a comer espaguetti recalentados a las cinco de la mañana en un sótano de Malasaña.

Entre otras cosas.

El caso es que, de camino, decido que el Lady es demasiado decadente, incluso para una despedida de soltero. No hay cuerpo para el Honky pero probablemente tampoco habría paciencia para el Pepa´s así que mejor ser clásicos y volver al Toni 2. Honestamente, el Toni 2 es otro de esos sitios de los que da gusto despedirse, un sitio al que espero no volver más. Sería una excelente señal. De camino por Barquillo perdemos a Sofía pero aun así quedamos ocho, los ocho del inicio, los ocho del autobús camino del Casino, los trajes de gala, la cena buffet, las conversaciones de sobremesa redonda, enorme, la ludopatía en el aire, la calma antes de la tormenta...

Los ocho de la ruleta americana y los ocho de las mesas de cartas. Nunca había podido sentarme en una mesa de cartas del Casino de Madrid y es más divertido que ver una bola rodar hasta que se para en un número. Es más divertido porque depende de ti y porque las señoras se enfadan cuando juegas mal. "Tú has ganado el doble pero la mesa ha perdido". "La mesa" como concepto ludópata. El casino como patio de vecinas. Las señoras ponen sus 40, sus 50 euros por jugada y nos enseñan a apostar cuando debemos y a plantarnos si es necesario, siempre que no les toquemos las narices. "Acabaréis aprendiendo pero os costará mucho dinero", dicen, mientras Fer y yo contamos las fichas y pensamos "Si esto es perder, ¿cómo demonios será ganar?".

Los ocho, guapos, en la treintena. Es curioso que de los siete acompañantes en mi despedida de soltero, cinco hayan nacido en 1983. Tan curioso, si quieren, como el hecho de que la propia novia sea de 1983. Inés dice que ha sido pura cabezonería, que me empeñé tanto en enamorarme de chicas del 83 y el 84 que lo acabé consiguiendo. Puede ser verdad pero eso no explica lo de los cuatro chicos, con su comienzo de crisis, sus dudas y sus resignaciones.

No es una despedida de soltero al uso más que nada porque lo que se usa es humillar al novio y humillarse a uno mismo si es posible y nosotros somos gente aburrida, así que lo más por lo que tenemos que pasar es por algunas miradas extrañas según bajamos Fernando VI, porque combinar elegancia y Bocata VIP es complicado, y sí, acabamos en el Toni 2, pero ni siquiera nos agarramos al piano a berrear Rocío Jurado sino que nos sentamos en un par de sofás de terciopelo rojo, pedimos botellas de agua, y hablamos de Özil y Bale .

Y así pasa la noche, tranquila, entre amigos. El sentido de la despedida es que puedas decir adiós a algo que hacías y que crees que no echarás de menos. Despedirte de algo con una polla en la cabeza habla muy mal de tu pasado. Lo hablamos en la cena y lo hablamos en el taxi: yo creo que no voy a echar de menos mi vida de soltero. Los paradigmas de la vida de soltero, que incluyen, como hemos visto, antros poco deseables y multitud de noches perdidas cantando Vetusta Morla o Standstill durante la vuelta solo a casa esquivando cadáveres. Lo siento pero me cansé de esquivar cadáveres y abrir universos. En el fondo, estar soltero para mí era la posibilidad constante de abrir universos, empezar narrativas. Eso me dejaba poco tiempo, todo hay que reconocerlo, y puede que haya llegado el momento de cuidarse y que los universos simplemente sean otros.

Echar de menos es fácil desde la distancia precisamente porque estás en la distancia. Cuando estaba ahí no siempre era feliz. No voy a decir que no lo fuera nunca porque sería mentira pero tampoco vamos a confundir cinco estrellas con el firmamento y pensar que todas las noches fueron mágicas. No lo fueron. Las chicas lloraban y los chicos coqueteaban con la perversidad. A veces era al revés. Tiempos por los que hay que pasar porque está bien pasarlos, saber que has estado ahí y poder no volver. No necesitarlo. No querer volver. No necesariamente una huida sino una despedida. Perder la oportunidad de ganar el doble pero que la mesa gane. La ludopatía entendida como obra social. El matrimonio.