El «gol de Caminero» lo marcó en realidad Roberto Fresnedoso. Estas cosas pasan a menudo en el fútbol. Por ejemplo, «el gol de Redondo» en Old Trafford lo marcó, como casi siempre, Raúl, y el «gol de Abreu»
ni fue gol ni fue nada. La jugada en sí tiene un contexto y una
estética: jornada 37 de liga, a cinco del final en aquellas insufribles
ligas de 22 equipos. El Atleti viene de perder una ventaja muy
sustancial y tiene al Barcelona a solo tres puntos. Diez días antes
ambos equipos se han enfrentado en La Romareda para disputarse la Copa
del Rey y aún se recuerda en el Camp Nou el escozor del gol de Pantic en la prórroga.
Son, por tanto, tiempos de venganza, de estadio lleno y agresivo, Johan Cruyff apurando sus últimos chicles en el banquillo blaugrana. La victoria o la guerra civil. La victoria o la derrota en la guerra civil, más bien, porque el conflicto estalló en el momento en el que «el Flaco» dejó de ganar títulos y Núñez
se vio legitimado a echarle la culpa de todo. El Atleti sabe que si
pierde puede ceder el liderato y sabe también que está agotado, que ha
sido un año inesperado, de emociones demasiado fuertes y es difícil
manejar tensión acumulada de aguantar el liderato durante toda la
temporada.
El
equipo se basa en el dominio del medio campo. Todo su dominio está ahí.
Un medio campo atípico, no demasiado deslumbrante, con Vizcaíno, un medio centro defensivo cumplidor; con Simeone,
todoterreno, ídolo de las gradas, hábil en el juego limpio y en el
sucio si hace falta, siempre voluntarioso y a veces incluso efectivo;
con Milinko Pantic, la calidad en estado puro, el especialista en faltas
y córneres que se acabará convirtiendo en especialista en todo y aún
más en marcarle goles al Barcelona.
Y,
como pegamento, con algo de la firmeza de Vizcaíno, algo de la llegada y
fortaleza de Simeone y algo de la técnica y calidad de Pantic queda
Caminero, un personaje difícil de interpretar, con sus declaraciones
polémicas, sus tristezas, sus no saber si me quedo o si me voy…
Caminero
había sido canterano del Real Madrid y estrella del Valladolid en
segunda división, que no es un currículum como para optar al Balón de
Oro. El Atleti se fijó en él en 1993 como se fijaba en unos quince
jugadores por año, la necesidad de empezar de cero cada mes de agosto.
El acierto fue total: su primera temporada en el Calderón acabó con
Caminero en la selección, perilla en ristre, marcando contra Italia en
cuartos de final y acercando a España a una gloria que nunca llegó.
Caminero como estandarte del jugador que nunca se rinde, un jugador Clemente,
un tipo listo pero a la vez indefinible: el Frente Atlético le cantaba:
«Caminero, más cojones que el caballo de Espartero» a ritmo de Antonio Molina, pero no sé si lo cantaban con un total convencimiento. Caminero no era Simeone. Caminero no era Arteche. Caminero ni siquiera era un tío constante, sino que abusaba de las genialidades.
Esta genialidad, por ejemplo. La gran genialidad. La que Almodóvar inmortalizó en Carne Trémula mientras Javier Bardem y Liberto Rabal
—¿qué fue de Liberto Rabal?, ¿no tendría Caminero algo de Liberto
Rabal, de estrella del momento que poco a poco se va difuminando
mientras a Simeone le llueven los Oscars?—
se agarraban de los huevos. Unidos por el Atleti. La genialidad del
minuto diez en el Camp Nou, citada jornada 37 de liga de la temporada
1995/96. La jugada empieza con una hermosa colección de cabezazos hasta
que se transforma en un contraataque en el que los jugadores se vuelven
indetectables. Ese es el encanto de aquel Atleti de Antic: es imposible saber por dónde te iba a venir cada mediocampista y para cuando lo averiguabas, ya tenías a Kiko o a Penev preparados para enchufar el gol.
Puedes terminar de leer el artículo sobre el final de Caminero en el Atleti y la autodestrucción del propio Atleti del doblete de manera gratuita en la revista JotDown