El atractivo de Le Cinque Terre es que culmina la burbuja, una burbuja demasiado compleja como para ser verdad, un mundo aparte por completo en el que extraña que no haya nadie en la puerta pidiendo diez euros por el ticket de entrada más allá del que los pide por el parking...
Todo empieza en el camino, los Apeninos a nuestra derecha como uno imagina las montañas de verdad, como las ha visto en las películas, en los documentales...imponentes, grises, peladas, partiendo del nivel del mar hasta rozar los 2000 metros. A la izquierda, el mar, un mar que se empieza a ver al tomar la desviación a La Spezia y que da paso a este parque temático de pueblos colgados de los arrecifes, con las montañas frondosas detrás y los veleros y los catamaranes delante. Quien quiera campo tiene senderos bien delimitados que le llevan de un pueblo a otro, quien quiera sol, tiene pequeñas playas de piedra, quien quiera comida mediterránea tiene restaurantes en plazas con vistas al mar a precios más que asumibles.
Es la hostia, vaya, y yo participo de esta burbuja completamente fascinado pero a la vez con la pregunta de siempre, una pregunta inevitable visto lo visto: ¿Cuánto de todo esto es real? Porque por supuesto todo se puede tocar, desde el parking a la entrada de Manarola hasta el ferry que nos lleva desde Vernazza después de pasar por Corniglia. Todo se puede tocar y por lo tanto existe pero a la vez no puede mantenerse salvo que seas Julia Roberts y decidas dedicar un año a comer, rezar y amar.
Quizás a rebufo de los Julia Roberts, Woody Allen, George Clooney y otros ilustres visitantes del norte de Itala, la zona se ha llenado de estadounidenses con grupos esporádicos de franceses y argentinos, según nos cuenta el dueño de una tienda, porque nosotros, la verdad, argentino no hemos visto ni uno. Lo que llama la atención de los americanos no es solo su número total sino su proporción, es decir, el hecho de que prácticamente copen el turismo extranjero e interior, como si solo ellos conocieran el secreto, cuando obviamente esto no es así.
A mí esta particularidad me viene muy bien porque la lengua co-oficial de Le Cinque Terre es el inglés y yo sueño con un mundo en el que todo el mundo hable inglés para que me sirva de algo el colegio privado, así que la Chica Diploma incluso se emociona con los paisajes y yo me emociono con la comodidad, con el espejismo de lo fácil que es vivir, especialmente si uno deja las preguntas a un lado. Y así, vamos de tren en tren y de barco en barco, comemos en colinas y cenamos en plazas, dormimos en beds and breakfasts plagados de mosquitos y terrazas y nos lamentamos de habernos dejado la crema solar en las maletas, dentro del coche, en el parking de la entrada porque a los pueblos solo se puede acceder andando, salvo que le quieras pagar 10 euros al tío de la garita para que te deje las maletas en la puerta con su furgoneta.
Siempre hay excepciones, ya saben.
Solo que no queremos y nos condenamos a un poco de realidad, aunque sea un poco, y bajamos las maletas a pulso sabiendo que al día siguiente tendremos que subirlas, que no es lo mismo ni mucho menos pero contentos en el fondo porque ya va siendo hora de que el mundo se muestre como tal y ofrezca resistencia. Una vida sin resistencia, una vida manarola, a la larga, no puede ser sino un coñazo enorme.