Escribe Mark Oliver Everett: "El matrimonio siempre me había parecido algo que hace la gente
normal. Muchas veces había pensado que la gente lo hacía porque es lo que todo el mundo hace. Pero cuando conocí a una persona tan extraordinaria, tan absolutamente única y me convencí de que era la única manera de verse, la idea empezó a resultar más y más atractiva. Iba a ser una aventura rara, muy rara, pero divertida."
Se lo leo a la Chica Diploma y le pido que no haga caso a lo de "la única manera de vernos" porque ella no es rusa y no necesita una green card para vivir conmigo en Estados Unidos y ella me dice:"Pero qué bonito eres" y me empieza a besar como a un niño bueno.
Coincido con Everett: yo nunca quise casarme, yo nunca quise tener hijos...hasta que conocí a la Chica Diploma. Si no fuera por ella iba yo a levantarme a las 7,45 para salir a las 9,30, sortear desviaciones y recorrer la SR2 desde Siena hasta Montepulciano, pasando por Montalcino y Pienza, hasta las 8, que volvemos de nuevo agotados a casa. Si no fuera por ella, por su entusiasmo ante cada castillo, cada viñedo, cada pueblo encima de un monte con sus calles empedradas, sus bodegas, sus tiendas de queso y su desdén al turista tan habitual en todos los pueblos turísticos.
Si no fuera por la alegría de su cara cuando vuelve de hacer una foto en medio de la carretera -se ha italianizado, toma las curvas a la velocidad local, toca el claxon, se cabrea, gira en cualquier recodo y deja el coche donde puede para sacar el móvil, aunque nunca llega a los extremos que se ven por aquí, realmente increíbles- yo no soportaría quedarme en el asiento escuchando la RDS Grandi Successi y su colección de Jovanottis. A mí, el campo, lo siento, no me dice nada. Puedo observar lo bonito o lo feo de un paisaje pero sin emociones. No soy así, haber elegido muerte.
Así que yo tolero sus fotos y ella tolera mi gruñonería. El niño bueno convertido en niño malo hasta que llegamos a Montepulciano, el pueblo más bonito de los que hemos visto con diferencia, también en cuesta, también con iglesia renacentista, bodega, viñedos, quesos, turistas...pero un magnetismo que hace que cada plaza sea especial y cada terraza pida un café y una calma. Juegos Olímpicos para Montepulciano ya.
No así Pienza ni San Quirico. Una por exceso -demasiado de todo, demasiado parecido- y otra por defecto -un montón de ancianos, un montón de gatos, un montón de desidia-. Todo esto antes de volver a casa cargados de cena para ver el baloncesto para perdernos de nuevo y acabar encontrándonos por sorpresa porque de momento nuestra vida, y no solo en la Toscana, se resume en una cadena de casualidades.
Que es algo muy Woody Allen, por cierto, si lo piensan.