jueves, febrero 23, 2012

Javier Gutiérrez-Un buen chico



Los noventa. La indefinición de los noventa, esa década soterrada bajo la sombra del esplendor ochentero. Ojos tristes y voces rasgadas. Fiestas rave en las carreteras de Valencia. Grupos de música y jóvenes sobradamente preparados. Los noventa. Muy poca narrativa se ha hecho sobre los noventa, quizá por miedo a que el crítico de turno diga: “Me recuerda a José Ángel Mañas”. Parece que siga vigente la percepción de que para ser un escritor de éxito o al menos un escritor reconocido hay que alejarse de Mañas todo lo posible, como si Mañas no hubiera escrito páginas más que aceptables, especialmente en “Ciudad rayada” o incluso “Mensaka”.

En cualquier caso, Javier Gutiérrez y “Un buen chico” no comparten casi nada de esa estética. No hay ninguna mirada cínica sobre aquella época, ningún intento de complicidad con el lector, ninguna superioridad moral. Lo que destaca de la novela es la sinceridad brutal con la que cuenta todo. La entrega. El dolor y el desgarro. Es una novela hipnótica en la forma de narrar –a veces, excesivamente hipnótica, excesivamente repetitiva- pero que atrapa precisamente porque está escrita desde las entrañas, porque los personajes están vivos; eso que tanto echamos de menos en la narrativa actual: personajes vivos, no cínicos en crisis.

Si hay crisis en “Un buen chico” es una crisis de raíz. Una melancolía constante. La necesidad de atrapar la belleza. La historia de un chico con una especie de síndrome de Stendhal para el que toda la belleza es poca. Un enfermo. No ya un enfermo social, no, un enfermo de verdad. Un monstruo, incluso. La trama avanza a través de distintos planos, distintos narradores, no hay concesiones al lector, al que no se le trata como a un tonto. Puede que en ocasiones la sensación sea que no da para demasiado, que no es lo suficientemente “sólida”, pero, ¿qué es eso de la “solidez” de una trama? No, no hay crítica social ni hay risa tonta. Hay expresión. Hay sinceridad.

Es complicado entrar en el análisis de la novela sin descubrir demasiados secretos, pero lo impresionante de Gutiérrez es su capacidad para demostrar que el mismo lenguaje puede servir para la verdad y para la mentira; cómo se nos puede mentir, cómo se nos puede engañar desde una sinceridad brutal, cómo la memoria y la interpretación se mezclan, cómo el mundo se convierte en un auditorio de nuestras mentiras. Eso es un poco lo que le pasa a Polo, el protagonista: el mundo es para él un escenario trágico, aunque él no deje de ser un cobarde.

Porque desde luego Polo sabe que es un cobarde. Y lo que es peor: sabe que, probablemente, nunca tenga que pagar por su cobardía. Lo quiere todo pero lo quiere con trampas. Hace daño pero sufre con el daño y luego sufre por sufrir y luego inventa universos paralelos. Ansiolíticos. Somníferos. Un mundo de Rohipnol. La novela es una mezcla de universos de los que va surgiendo una verdad, o algo que parece una verdad, de entre las múltiples mentiras, inexactitudes, perspectivas y recuerdos de un mismo momento. Los personajes cambian según los modifica ese enigmático narrador en segunda persona. Toda una novela en segunda persona. Toda una novela, casi, en un monólogo interior que te lleva por Malasaña, por sus bares, por sus sueños, por sus horrores.

Los horrores. Los noventa. El recuerdo que paraliza. La década en la que nadie vigilaba. La de las novelas de Bret Easton Ellis y las canciones de los Pixies. La década en la que nadie era inocente con lo que nadie podía ser culpable.  El trampolín al abismo. “Un buen chico” es una novela sin moralinas, es una novela que se acerca al horror desde la trivialidad, la banalidad más bien, que impresiona más por lo que no cuenta que por lo que cuenta, es un cuadro vivo hecho a pinceladas tan sutiles que abruman. Hay en Gutiérrez un enorme escritor que intenta contactar con un público estéticamente despreciado. Su generación, por así decirlo. Los nacidos en los 70.

Si vamos a estar toda la vida pidiendo perdón, parece querer decir Polo, que al menos haya algo de lo que realmente arrepentirse.

Reseña publicada originalmente en la revista Sigueleyendo