Escribir la crónica del concierto de un grupo de culto es muy complicado. Uno intenta buscar caminos inexplorados y forzar el lenguaje de manera que todo sea tan incomprensible y especial que nadie pueda realmente sentirse herido o decepcionado. Por ejemplo, la crónica del diario "El Mundo" en su edición de Barcelona, que era un ejemplo de cómo no decir absolutamente nada y además utilizar 55 adjetivos (contados) en el camino.
Resumiré, por tanto, e intentaré no caer en la lírica ni en la exaltación metafísica.
Un concierto de Radiohead es un evento muy especial para sus seguidores. Algo escaso. A los chicos de Thom Yorke no les gusta demasiado meterse a grabar, no les gusta demasiado tocar y cuando lo hacen, lo hacen una o dos veces a lo sumo por país. En España llevaban cinco años sin aparecer, desde un espectacular concierto en Las Ventas, de Madrid, en julio de 2003.
Se puede apelar a aquello de "es algo más que música", como cuando uno va a los conciertos de los Rolling Stones o Bob Dylan y le importa una mierda si se oye bien o mal, o si la voz ha mejorado o desmejorado y ese largo etcétera.
Radiohead es para muchos de nosotros, un jirón en nuestra adolescencia y nuestra juventud. Es el grupo que cantaba "You´re so fucking special, I wish I was special" cuando teníamos 16 años; "Everyone is broken, everything is broken", al cumplir los 18... El grupo que sorprendió convirtiendo tres buenas canciones pop en una de las mejores canciones de la historia, Paranoid Android -"I may be paranoid but not an android"-, cuando llegamos a los 20. Los que nos sorprendieron con "National Anthem", "Idiotheque", "Everything in its right place", a los 23... y nos dejaron un poco a cuadros, sin saber cómo reaccionar con "Knives out" a los 24.
Pero todo eso tiene su límite. Quiero decir, Radiohead tiene margen pero cada vez lo estira más. El concierto de Barcelona se caracterizó por una cierta pereza, como si ellos no quisieran estar ahí y todos los demás lo supiéramos. Una distancia abismal entre el escenario y el auditorio. No ayudó en absoluto que el recinto elegido -el antiguo Fórum de las Culturas- presentara una visibilidad y una acústica penosas. De las peores que recuerdo jamás.
Por supuesto, el repertorio fue intachable. Repasaron toda la trayectoria mencionada -canción arriba, canción abajo- más los últimos éxitos de "In Rainbows". Pasaron por encima de "Hail to the thief" de manera cruel, a mí me sigue pareciendo su mejor disco. Sólo tocaron "There, there" y "2+2=5", si no me equivoco. Lo que pasa es que el ritmo se hizo muy lento, mucha interrupción entre canción y canción. Estaban muy lejos, en todos los sentidos.
Eso sí, salieron dos veces a hacer bises. Fue un detalle. Quizás, después de todo, se lo estuvieran pasando bien, lo que quiero decir es que realmente era imposible adivinarlo. Tanta frialdad, tanto hieratismo, tanto cambio de ritmo... O quizás, simplemente, ellos mismos se daban cuenta de cómo estaba sonando aquello y quisieron al menos agradecer al público la asistencia y compensar con más canciones.
El caso es que me quedé frío. Ahí y en la fiesta del Razzmatazz posterior, un sitio original, pero en el que te tratan como a un rebaño de ovejas. Me quedé frío y algo decepcionado, he de reconocer. A veces el exceso de adjetivos oculta una pobreza de recursos de todo tipo. Una pobreza difícil de creer. Una pobreza que no caracteriza a Radiohead, el grupo más brillante de los últimos 15 años, pero que a mí, al menos, me decepcionó en Barcelona.