El caso es que me he visto las dos últimas rondas de Tiger Woods en el US Open. Sobre Tiger se ha escrito mucho, claro. Para la mayoría de los expertos, es el mejor jugador de todos los tiempos. Mejor que Nicklaus, incluso. Ha ganado 13 Grand Slams y tiene sólo 32 años. Arrasa allí donde pasa. Lleva como 11 años de número uno del mundo con muy breves intervalos aprovechados por David Duval, Vijay Singh, Phil Mickelson...
Pero lo que he visto estos dos días está a la altura de los más grandes de la historia del deporte, en general. Este tío está a punto de ganar un Grand Slam, el más complicado y duro de los cuatro, el US Open con sus campos-trampa y sus distancias imposibles... a la pata coja. Es así: el tipo está completamente cojo de su rodilla izquierda. Completamente. Apenas puede andar y después de cada golpe se muere de dolor. Le operaron hace dos meses y no ha competido desde entonces. Este es su primer torneo y está a punto de ganarlo.
Por si fuera poco, están las circunstancias. Después de un heroico y afortunado final de la tercera ronda, alcanzando el liderato, Tiger empezó el domingo con un doble bogey, un bogey y unas muestras de dolor que invitaban a pensar en la retirada. No ya en ganar o perder, sino en retirarse directamente. Bien, en los dieciséis hoyos restantes jugó bajo par. No hay palabras.
Hoy, ante Rocco Mediate, puede llevarse el título o no. Quizás la rodilla diga "basta" definitivamente y no sólo pierda el US Open sino el resto de la temporada. No es descartable en absoluto. Pero la lección está ahí. Estas cosas y no sólo los triunfos son las que separan a los buenos de los mejores.