Con el 11-M me pasa lo mismo que a mucha gente de buena fe: que sólo entiendo de muertos, y de heridos y de sangre, y de donantes anónimos y policías, bomberos, auxiliares... jugándose la vida aquel día sin importarles nada más que el premio: rescatar, rescatar, rescatar... y cuando no era posible asegurarse de que los familiares tenían algo de lo que despedirse.
Nunca estuve atento a los terroristas suicidas, ni a las conspiraciones, ni a las responsabilidades políticas ni a las tramas de explosivos ni a Mina Conchita, ni a ETA. No es que no estuviera atento, es que no lo entendía, como si mi cerebro bloqueara el odio que sigue al odio, como si no pudiera procesar que después de algo así no estuviéramos todos llorando juntos.
Así que como la cosa pasó a ser una cuestión de "tener razón" sin más, supongo que unos estarán muy contentos y otros, muy tristes. Es más, supongo que cada trinchera se apuntará los tantos suficientes como para seguir culpando a la trinchera contraria.
Aquí, en tierra de nadie, lo que queda es la nostalgia, el recuerdo y un chaleco verde ensangrentado.
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