La "vida de chalet", tal y como se entendió en 2011, fue la leche. Quizás la razón del gran bajón anímico de septiembre tuvo que ver con esa tranquilidad de agosto rodeado de libros, sofás, buena comida e información constante de lo que pasaba en Sol. Entrevistas con Alba García y Eduardo Chapero Jackson, autobuses llenos de italianos de la JMJ. Fue un gran verano, en serio. Sin heroísmos, pero un gran verano, hasta el punto de que, en perspectiva, fue el verano en el que conocí de verdad a la que será mi futura mujer.
Eran tiempos duros pero tiempos largos, es decir, tiempos en los que uno no tenía responsabilidades y podía pasarse horas haciendo lo que realmente quería. Ahora, las cosas no son así. El pasado fin de semana estuvimos la Chica Diploma y yo ahí y aquello fue una gymkana más en la "gira" que se ha convertido nuestra vida y que seguirá siendo al menos hasta el día de la boda: visita al hospital el sábado por la mañana a conocer a un recién nacido, coche para Moralzarzal, comida y a desembalar cajas con recuerdos: recuerdos de Ramos Carrión, recuerdos de Churruca.
Algunas de las cosas eran mías, otras, la mayoría, de mi abuela. Es increíble que seis años después de su muerte, sigamos teniendo ese respeto que da el dolor hacia todo lo que le pertenecía, todo lo que nos recordaba a ella. Si hemos tardado precisamente esos seis años en abrir las cajas me da que tiene que ver con nuestra negación a sufrir más de la cuenta, porque cada plato acaba siendo un puñal y cada camisón acaba siendo una metralleta. En medio, algunos encuentros deseados: la cinta que grabé con su testimonio vital de 1919 a 1954.
Quizá se pregunten qué es eso y a qué vino. Miren, mi bisabuela murió con 103 años, en 1997. Por distintas peripecias vitales, había pasado el desastre del 98 en Cuba, la revolución de Pancho Villa en México, el fin de la monarquía en Palacio y la llegada de la Guerra Civil casada con un Berenguer. Esa mujer, lúcida hasta prácticamente el día de su muerte, era una enciclopedia andante y nadie se preocupó en grabar sus historias, en dejar ese recuerdo. Nos parecía que iba a vivir siempre y, oh sorpresa, nos equivocamos.
Como no podía permitir que aquello volviera a pasar, pocos años más tarde sí me atreví a "entrevistar" a mis dos abuelas y a mi abuelo. Las historias que más me interesaban eran las que llegaban al nacimiento de mis padres, porque pensaba que a partir de ahí ellos me ayudarían a reconstruir -también me equivoqué, mi padre murió antes de cualquier grabación posible-. Eran historias brutales, casi todas girando en torno a la Guerra Civil. A mi abuela paterna le tocó, como decía, en Asturias. Los republicanos mataron a su padre y tuvieron que huir a San Sebastián y luego a zona nacional como pudieron. Mi abuelo paterno sirvió para los republicanos unos meses cerca de Sestao, donde había nacido, y, como carlista que era -él aseguraba que también había una cuestión de comodidad y dinero de por medio- se pasó en cuanto pudo al bando de los requetés de Franco.
Mi abuela materna tenía 17 años cuando empezó la guerra y estaba en un colegio de huérfanos de la Guardia Civil cerca de Madrid. No era el mejor sitio en el que estar, así que su madre la sacó y la trajo a Madrid capital, donde vivían, barrio de La Guindalera. Eran absolutamente apolíticos, es decir, les tocaron los bombardeos nacionales y la incomprensión republicana. Uno de sus hermanos se había afiliado a Falange en los tiempos de José Antonio y huía por las noches por los tejados cuando aparecían los milicianos a darle el paseo.
De los tres, quien más problemas recuerdo que tuvo para hilar su discurso fue precisamente mi abuela materna, que es a la que aquí suelo referirme sin más como "mi abuela" porque viví 30 años en su casa. Pasaba los 80 años y ya empezaba a tener problemas de memoria y, todo hay que decirlo, un desinterés total en la empresa, algo parecido, diría yo, a la vergüenza. La cinta quedó perdida en la mudanza y por fin ha vuelto al lugar donde debía, junto a las tres de mi abuelo, también fallecido recientemente, y mi otra abuela, afortunadamente vivita y coleando.
Por lo demás, esta nueva vida de chalet es una vida de paso, como todo. Pasamos por ahí, desembalamos, cenamos, paseamos, volvimos a desembalar, comimos... y todo fue maravilloso, una relajación total, pero corto, muy corto. Ya no hay vida de chalet, o como pone Hache en su Facebook, "The lifestyle you ordered is currently out of stock". De todas maneras, y como somos muy cabezotas los dos, hemos prometido volver. Otra vez de paso, tres días en vez de dos, pero volver. Nuevos planes, idénticas estrategias. Antes de eso y de los ataques de ansiedad, Lisboa. Les cuento a la vuelta.