Si es usted de esos valientes que no
simpatiza con el Real Madrid ni con el F.C. Barcelona, empieza una de
las temporadas más aburridas de la historia. La diferencia de los dos
grandes clubes españoles con el resto de competidores no ha hecho sino
ampliarse en un verano en el que Isco, Illarramendi, Jesús Navas,
Joaquín, Negredo, Soldado, Falcao y muchos otros jugadores estrella han
dejado sus clubes para reforzar la Premier League, la liga francesa o el
propio Real Madrid.
De hecho, el único que realmente se ha mostrado activo en el mercado
es el club blanco. Carvajal parece un buen lateral de futuro, Isco
tendrá que luchar contra unas expectativas descomunales en una posición
superpoblada e Illarramendi es un excelente jugador que parece que ha
llegado en el peor momento, cuando de repente se han dado cuenta de que
ya tenían a Casemiro para ese puesto. Como es habitual, la política de
fichajes del Madrid atiende menos a las necesidades que a los reclamos
publicitarios y los jugadores que llegan son siempre de primer nivel
pero no lo hacen al mejor precio posible, desde luego.
Después de unos 65 millones invertidos y a la espera de que se cierre
el fichaje de Bale no por menos de 100, lo cierto es que el Madrid
sigue con solo dos delanteros centros en la plantilla, uno de ellos
recién ascendido del filial, y tres centrales de garantías, aunque Pepe
ha sonado en varias quinielas de traspaso y el verano aún no ha acabado.
La confianza en Morata me parece lógica porque es un excelente
delantero, pero no sé si está todavía para llenar el hueco de Higuaín,
como tampoco sé si Nacho está para cubrir los de Albiol y Carvalho, dos
veteranos que raramente fallaban cuando Mourinho contaba con ellos.
En cualquier caso, el Madrid me sigue pareciendo el favorito para
ganar la liga. No es una gran apuesta porque en realidad solo dos pueden
ganar, así que la cosa está al 50%. El resto, ya digo, no tiene opción
alguna y lo más probable es que el campeón, sea quien sea, vuelva a
rozar, alcanzar o incluso superar la barrera de los 100 puntos, cifras
completamente ridículas en una competición digna de ese nombre. ¿Por qué
es mi favorito si ni siquiera es el club con el que simpatizo? Muy
sencillo: la plantilla es descomunal. Puede que tenga dudas con el
cuarto central o el segundo delantero, pero la variedad de jugadores en
los distintos puestos es difícil de comparar en el escenario europeo.
A eso añadan que este año parece que el entrenador y los jugadores
van a estar en el mismo barco, algo que la temporada pasada está claro
que no sucedió y son ustedes libres de repartir culpas como mejor les
parezca.
Pero, para mí, el detalle que marca de verdad el favoritismo del
Madrid es la incomprensible espiral autodestructiva en la que ha entrado
el Barça. Es complicado entender cómo un club que gana cuatro ligas,
dos copas y dos Champions en cinco años jugando el mejor fútbol del
mundo puede estar metido en una abierta guerra civil entre Rosellistas,
Guardiolistas, Cruyffistas y un largo etcétera. Sumido en un estado de
insatisfacción constante, el verano ha sido de todo menos plácido en Can
Barça y yo estoy convencido de que las ligas se ganan y se pierden en
verano, como se demostró el año pasado, cuando el Barcelona salió del
mes de septiembre ya con siete puntos de ventaja.
Dejando a un lado la desgracia de Tito Vilanova, el panorama no es
alentador: incluso con Tito sano se le acusaba de ser demasiado afín a
la directiva, de haber traicionado a Guardiola, de dejar escapar a
Thiago… ahora llega el Tata Martino y lo primero que sale es que lo ha
traído Messi, que cómo es posible que tenga su propio equipo técnico y
no cuente con los de la casa, que qué va a pasar ahora con los
canteranos… Todas esas dudas constantes en un equipo campeón hacen que
se olvide lo primordial: la corrección de defectos en el campo.
Si bien es cierto que los principales problemas del Barcelona en los
últimos dos años han tenido que ver con el bajón de intensidad que hace
que la presión no sea como antes, que el equipo se parta en dos y que
los contrarios lleguen con más facilidad mientras el ataque deriva en
demasiadas ocasiones en un Messi contra el mundo, algo tendrá que ver
también en esa falta de intensidad, física y mental, la nula renovación
de la plantilla y la manía, año tras año, de contar con poquísimos
jugadores que además compiten en verano con su selección, con el
cansancio acumulado que eso conlleva.
El fichaje de Neymar no admite dudas, pero tampoco sé si es razonable
pedir un rendimiento inmediato a un chico de 21 años que va a jugar sus
primeros partidos en Europa. La lesión muscular de Messi preocupa por
una razón: no sabemos cuál es, igual que no lo sabíamos a finales de la
temporada pasada y el pobre se pasó dos meses en el banquillo o
arrastrándose por el Olímpico de Munich, llegando a salir por su propio
pie, desesperado, en el Vicente Calderón. “Molestias” es lo más que se
saca. Tampoco sabemos qué va a pasar con Puyol ni qué es eso de la
anemia de Neymar, por qué se filtra desde el club la noticia, luego
Scolari dice que es imposible y el propio jugador acaba diciendo que ya
está perfectamente bien, que qué cosas tiene la prensa.
Desde fuera da la sensación de que el Barça zozobra dentro de una
falta de transparencia preocupante y eso dificulta la confianza en una
plantilla cogida con alfileres: no hay ni un solo delantero centro en el
equipo, Xavi tiene un año más y su previsible sucesor se ha ido al
Bayern, y no hay garantía ninguna de que Bartra, Dos Santos y Sergi
Roberto den el salto de calidad que se espera de ellos desde hace años.
Una racha de tres o cuatro lesiones puede ser letal para el equipo y a
lo largo de 60 partidos esas rachas son habituales.
Artículo publicado originalmente en el diario El Imparcial dentro de la sección "La zona sucia"