viernes, agosto 23, 2013

Sonrisas de una Chica Ratón (II)


Aunque por supuesto yo sé por qué perdí a la Chica Ratón y aquí es donde la historia da otro giro de tuerca. Un giro estúpido como toda la historia en sí, por otro lado. Yo perdí a la Chica Ratón por la narrativa, porque ella estaba harta de que todo en mi vida fuera literaturizable y eso la incluyera, como si me gritara a cada momento "NO QUIERO SER UN PERSONAJE" o como si el hecho de intuírla como personaje descartara por completo mi posible empatía hacia la Chica Ratón como persona.

Estas cosas hay gente que las lleva muy bien y gente que las lleva francamente mal. La ex novia de Elías Siminiani, al parecer, es de las primeras. Hache, también, y resultó sorprendente, porque aquello fue un abuso narrativo en toda regla. En cualquier caso, no es lo común y desde luego no es una exigencia y por eso desde hace cuatro o cinco años llevo la camiseta que me regalaron mis amigos y que dice "Careful or you´ll end up in my novel", cosa que es perfectamente posible.

El enfado de la Chica Ratón -escribí un relato desafortunado, bonito pero desafortunado y no solo lo escribí sino que lo publiqué y no solo lo publiqué sino que no cambié los nombres ni los oculté bajo seudónimos ridículos- no fue el único de aquellos años. Poco antes, los amigos de mi hermano se habían enfadado mucho por otro relato que mandé a una editorial para que lo evaluaran y que acabó publicado en una página web sobre la que yo no tenía ninguna influencia ni capacidad de decisión. La típica web que cuelga algo tuyo y nunca responde tus emails.

Aquel relato se llamaba como una canción de los Beatles y de nuevo era bueno pero desafortunado y mucha gente se lo tomó a la tremenda, yo creo que demasiado a la tremenda pero a lo que se ve tengo una extraña vara de medir las consecuencias que merecen mis actos, exagerándolas en ocasiones y siendo tremendamente benévolo en otras. Recuerdo que cuando aquello "estalló", por decirlo de alguna manera, porque la historia se limitó a un email muy agresivo y al posterior silencio absoluto de un grupo de gente que por otro lado nunca habían sido demasiado habladores conmigo, me sentí como Truman Capote cuando publicó los primeros capítulos de "Plegarias atendidas" y buena parte de la alta sociedad de la costa este, incluyendo a su adorada Jacqueline Bouvier, le dio abruptamente de lado y él, ya alcoholizado, ya enfermo, ya completamente solo y juguete roto a sus poco más de 50 años, repetía en las barras de los bares: "¿Con quién creían que compartían sus secretos, a quién creían que invitaban a sus fiestas? Yo soy un escritor".

Cuando uno se siente culpable siempre es bueno compararse con el Capote de turno o tirar de orgullo. "Yo soy un escritor", es decir, yo puedo escribir sobre la Chica Ratón o sobre los desmanes de una fiesta en Ópera y al fin y al cabo nadie sabrá nunca si lo que escribo es ficción o no, ni deberían poder reprocharme que yo mismo sea uno de los personajes, a ser posible y si no es demasiado descarado, el protagonista.

También es cierto que los "roman-a-clef" de Capote eran eso: "a clef", cosa que aprendí para mi primera novela.

En fin, volvamos a la Chica Ratón. Investigar si su desaparición de 2005 tuvo que ver con la aparición del libro y lo que ella podría pensar que era la utilización ya inadmisible de su realidad, como si para mí fuera poco más que un juguete -para mí era mucho más que un juguete, para mí lo era casi todo, así que una vez más la conclusión es que soy gilipollas- o si tuvo que ver con que conoció a otro chico y se dio cuenta de que una relación a tres ya era muy complicada sobre todo cuando no sabes si el tercero va o viene, solo lo puede saber ella y si el debate sale aquí, literaturizado, en forma de la narrativa que tanto detestaba, es simplemente porque jamás tuvimos la oportunidad de hablarlo en persona.

Así que, desde entonces, recuerdo que la llamé cuando estuve en Barcelona con Lichis, allá por 2005, porque a ella le gustaban Fito y Lichis, y hablamos un buen rato y todo pareció arreglarse -igual no había empezado a leer el libro aún-, recuerdo la historia de la llamada "profesional" que les contaba el otro día y recuerdo -creo recordar, puede que me equivoque- que me mandó un SMS cuando cumplí 30 años, pocos meses después de aquello. Pero sobre todo recuerdo que aún me dio tiempo en medio, abril de 2006, origen de este blog, a escribir otro libro de relatos y meter a la Chica Ratón de por medio. Soy un tipo obstinado. El relato era bonito y nada desafortunado: ni siquiera era una historia de la Chica Ratón, solo la de una chica que tenía miedo a cruzar un puente porque le daba vértigo y no estaba seguro de lo que iba a encontrar al otro lado.

La chica se llamaba igual que la Chica Ratón y el puente lo cruzábamos a menudo para ir de casa a su trabajo de entonces, en Parque de las Avenidas. Para mí era algo parecido a eso de Medem y "Los Amantes del Círculo Polar", un "cruza, va-lien-te", un "atrévete a huir". En definitiva, el relato era una renuncia o la confesión de que estaba dispuesto a aceptar la renuncia. De hecho, el libro tenía como portada a la chica que hacía de la Chica Ratón y la dedicatoria decía "A la Chica Ratón, por haber cruzado el puente a tiempo".

Le mandé un par de emails porque yo quería regalarle el libro pero no hubo manera. Al final, cedió, bajo la promesa de "no es para tanto" porque siempre pensé que aquel libro le gustaría y que el segundo relato sería, de nuevo, una especie de redención del primero. Creo que me he pasado media vida redimiéndome por cosas que le he hecho a la Chica Ratón y quizá mi psicólogo debería decir algo sobre esto. Nos vimos, le di el libro, nos cruzamos en la calle en otro momento porque dejamos de ser amigos pero no de ser vecinos y no se volvió a saber. Mayo de 2006. Fin de la historia. Última visión de la Chica Ratón a sus 26 años y su vida feliz y su promesa de una vivienda de oferta pública en unos cuantos años en algún lugar que por entonces no me sonaba de nada y que no descarto que ahora esté también al lado de mi casa.

Y como diría Paul Simon, ¿cuál es la finalidad de esta historia?, ¿qué conclusiones sacamos? Que fui gilipollas, para empezar, queda tres veces claro. Que lo sigo siendo por darle tantas vueltas, probablemente también. Que ella pudo hacer las cosas mejor, desde luego. Que tenía motivos para no mostrar interés alguno en hacerlas mejor, por supuesto. Que a veces somos héroes y a veces villanos y es absurdo intentar una narrativa justificativa por la cual el infierno son los otros o, por el contrario, pedir perdón toda la vida... pues quizá esa era la moraleja, sí. Que van a ser unos cabrones, que lo sepan y lo acepten, que procuren serlo lo menos posible pero que lo den por hecho. Y que la gente se va a enfadar con ustedes. Gente a la que quieren. Y que, por dios, no me sean cínicos racionalistas y cuando alguien a quien quieren, se enfada y desaparece de su vida dando portazos y les duele, díganlo: me duele y te equivocaste tú también.

Porque las culpas compartidas, las culpas con pan, por decirlo de alguna manera, son menos.