Si algo se está perdiendo en el
análisis político, económico y social, tanto patrio como ajeno, es la
perspectiva de la realidad. Nos empeñamos en calcularlo todo sobre el
papel, la regla, lo correcto y suponemos inmediatamente que del “deber
ser” se seguirá el “ser” sin más problema. Es lo que sucede, por
ejemplo, y aquí lo ponemos en relieve muchas veces, con el concepto de
“democracia” que hay en España, un concepto precioso, que habría que
luchar por que se aplicara y que sin embargo deja mucho que desear
porque está en manos de demasiados ladrones.
El problema es que al decirlo parece que uno quiera cargarse la
democracia, es decir, el concepto, cuando lo que quiere es quitarse de
en medio a los ladrones y los mafiosos, es decir, la triste realidad,
eso que tanto odia la razón cínica porque le desbarata todas sus
obviedades.
Algo parecido ha pasado esta semana con la medida que propone el FMI
—y no solo el FMI- de reducir un 10% los sueldos para conseguir más
empleo. La medida no es un disparate en sí misma y podría defenderse en
cualquier libro de teoría económica. Lo que pasa es que no tiene nada
que ver con la realidad sobre la que se pretende aplicar, que, por
cierto, es española, pero no solo española, porque algunos rasgos que
voy a enumerar ni son ibéricos en exclusiva ni siquiera latinos sino
universales, me temo, y siempre lo han sido así.
De entrada, pensar que reducir los sueldos va a derivar en mayor
contratación me parece arriesgado. ¡Ojalá fuera así! La mentalidad del
empresario medio español suele girar en torno al máximo beneficio con
los menores costes y el menor gasto en servicio al consumidor. Si el
trabajo de dos lo puede hacer uno y me ahorro un sueldo, adelante. Si el
sueldo de uno que cumple sin más es menor que el de alguien válido y
competente pero que pide más dinero, pues me quedo con el cumplidor y ya
iremos tirando... Por supuesto, hay excepciones, y donde hay
excepciones, el producto por lo general funciona, pero la mentalidad es
esa: el pelotazo, incrustado en el país desde los años 50.
Mi experiencia como trabajador a menudo precario en el sector privado
me invita a pensar que ese 10% ahorrado en sueldos jamás va a ir a la
partida de personal. Irá donde vaya: a deudas o a caprichos, en eso no
entro, pero veo complicado que el empresario diga: “Con lo que me ahorro
aquí, voy a mantener este puesto de trabajo o a contratar a más gente
para dar mejor servicio y ser más competitivo”. Ojalá fuera así,
insisto, y habrá quien esté deseando hacerlo o lo haya hecho ya, pero lo
más probable es que esa rebaja del 10% simplemente haga que el
asalariado tenga menor poder adquisitivo, trabaje lo mismo por menos
dinero durante el mismo número de horas, y esto incida en un punto
clave: el consumo.
Porque una sociedad en la que la clase media-baja, por llamar de
alguna manera al asalariado estándar, no llega a fin de mes y ve cómo
todo se encarece mientras su sueldo se reduce es una sociedad que se ve
abocada al colapso en el sentido marxista: nadie compra, así que nadie
puede vender, con lo que el capital se estanca, queda cada vez en menos
manos, etcétera. La lucha exitosa del liberalismo contra Marx partía
precisamente de un enfoque más sensato y actualizado de la realidad, de
la lucha contra esos principios que parecían inexorables buscando
siempre la flexibilización, los equilibrios que no siempre dictaba el
mercado sino muchas veces el sentido común. Si el liberalismo ha
triunfado durante más de un siglo ha sido entre otras cosas porque ha
sabido “tener cintura”, cosa que está perdiendo a pasos agigantados
porque parece que ahora todo tiene que ser “como lo dijo Hayek” o “como
lo dijo Keynes” o el gran líder de turno.
Conceptos.
Seguir reduciendo sueldos en una proporción tan alta sin que se
cumpla la condición de que el dinero ahorrado vaya a más asalariados —lo
que sería de alguna manera una redistribución y no un colapso- me
parece un desastre para cualquier economía y desde luego para la
española, donde el sentido de solidaridad laboral no está demasiado
extendido y donde la famosa ley de la oferta y la demanda se entiende
como se ha de entender en un país que nunca la ha experimentado:
exagerándola.
Artículo publicado originalmente en el periódico El Imparcial, dentro de la sección "La zona sucia"