A Lucho Herrera
no le llamaban «el Jardinerito» por casualidad: pasó su adolescencia
podando céspedes en Fusagasuga, a una hora escasa de Bogotá, cuando la
bicicleta no era un lujo sino un medio de transporte para ir de recado
en recado y llevar algo de dinero a casa mientras intentaba acabar la
secundaria. Esas experiencias marcan un carácter y el de Herrera era
calmado: un tipo poco hablador, poco expresivo, que parecía hacer su
trabajo sin más, sin estridencias, sin necesidad de impresionar a nadie.
Un Nairo Quintana pero sin la poderosa estructura de Movistar detrás y su entrenamiento científico. Algo parecido a un francotirador silencioso.
En
Colombia llegó a ser tan popular que, ya retirado, un cuatro de marzo
de 2000, una brigada de las FARC lo raptó durante una visita a la casa
de su madre. Aquel secuestro fue como una canción de Sabina:
siete hombres con metralletas se lo llevaron a la montaña, ojos
vendados, y cuando llegaron al refugio y descubrieron quién era
realmente, lo empezaron a asediar con preguntas sobre el Alpe D´Huez,
los lagos de Covadonga, la Vuelta a España de 1987… y a las 24 horas lo
liberaron, pidiéndole inmediatamente disculpas por las molestias.
Y
es que la popularidad de Herrera estaba bien ganada: durante años fue
el estandarte del clásico Café de Colombia, un ciclismo incipiente que
databa de finales de los 70 y que se prolongó hasta los 80 y parte de
los 90 antes de desaparecer sorprendentemente, siempre se ha dicho que
arrinconado por la EPO, aunque quizá Santi Botero no opine lo mismo. Eran los años de Jaramillo, del Pacho Rodríguez, de Farfán, de Patrocinio Jiménez, Camargo y ese largo etcétera encabezados por el espectacular Jardinerito y el constante y regular Fabio Parra, un hombre más preparado para grandes rondas, como demuestran su segundo puesto en la Vuelta de 1989, detrás de Perico Delgado en su esplendor, y el podio del Tour de 1988, también detrás de Delgado y Steven Rooks.
Lo
que no consiguió nunca Parra fue ser primero. Herrera estuvo a punto
tantas veces que cuando lo logró tuvo que ser de rebote, aunque de eso
hablaremos más adelante.
En 1984, aún como amateur, «el Jardinerito» se plantó en el Tour de Francia y venció en Alpe D´Huez por delante de Fignon y Bernard Hinault.
No era poca cosa: Lucho era el mejor escalador de todos los
«escarabajos» pero su falta de disciplina en la contrarreloj arruinaba
toda esperanza. Podía perder seis minutos, siete, ocho… en tiempos en
los que cada vuelta que se preciara incluía dos o tres etapas de ese
tipo y además largas. Al año siguiente, 1985, asombró a toda Francia
ganando de nuevo dos etapas, una de ellas, la de Saint-Etienne, con la
sangre cayéndole por la cara tras una caída.
Sin
embargo, como decíamos, su gran momento llegó algo más tarde, en 1987.
Si el Giro lo ganaba generalmente un italiano que supiera manejarse en
la media montaña y el Tour era para hombres mucho más completos que el
colombiano, la Vuelta a España sí podía darle alguna oportunidad en la
general, con sus puertos cortos pero explosivos, sus contrarrelojes
reducidas al mínimo para favorecer a los Delgado, Pino, Lejarreta
y compañía, y su habitual guerra de guerrillas en la que los chicos del
Café de Colombia y el Postobón se manejaban a la perfección.
Aquella edición tenía solo 66 kilómetros contra el crono y dos hombres dispuestos a jugarse el triunfo: el irlandés Sean Kelly,
del KAS, que acumulaba clásicas y vueltas de cinco días con una
facilidad asombrosa, para acabar pegándosela tarde o temprano en alguna
etapa de montaña de Vuelta o Tour, y el alemán Raymond Dietzen,
estrella del equipo TEKA, que tenía en España su hogar y su lugar para
el lucimiento. Como tercera opción quedaban «los colombianos»,
así, en conjunto, como una unidad indiferenciada. En la primera etapa
de montaña, Dietzen logró el liderato tras el triunfo de Lale Cubino.
La alegría le duró cuatro días, hasta la llegada a los lagos de
Covadonga. Ahí, en plena exhibición, Herrera le metió un minuto y medio a
Vicente Belda y a Sean Kelly, casi dos minutos a Dietzen, más de tres a Delgado y cerca de cuatro a Laurent Fignon.
Era el día de su cumpleaños y Lucho lo celebró con una frase lapidaria: «No voy a ganar la Vuelta». Viendo lo que quedaba de la carrera, la cosa no estaba tan clara...
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