jueves, agosto 08, 2013

Lisboa 2013. IV. Sintra

No estuve en Sintra, estuve en Cascáis. Creo que ya lo he contado pero no me importa repetirme. El plan era pasar un par de días en Cascáis, dormir en la playa y luego coger el tren a Sintra, pero Víctor empezó a darle al vodka a eso de las cuatro de la tarde y para las ocho ya estaba medio inconsciente en unas escaleras con un hilillo de baba colgándole de la boca. Mi hermano y yo nos quedamos con él, su mejor amigo se fue por ahí de excursión. Durante años hice de mi vida nocturna un continuo "cuidar del borracho". Hasta 2010. En 2010 se me pasó y la borracha se quedó en el Búho Real mientras yo me volvía a casa bastante hasta las narices.

El caso es que el pico del coma coincidió con la excursión carismática y la ambulancia nos separó en dos grupos que no podían reencontrarse porque por entonces no había móviles, así que ellos siguieron hacia Sintra, como planeaban, y nosotros, ay, nosotros acabamos de vuelta en nuestra casa de putas de la calle Almirante Reis.

Por todo esto, en mi imaginario, Sintra era una ciudad turística y de playa, pero no, es solo turística, exageradamente turística, diría, con sus quince minutos de cola en la estación de Rossío, sus quince minutos de cola en la oficina de información, su casi media hora de cola para coger el autobús que sube a los palacios y el atasco continuo del Palacio de Pena, con un niño francés coqueteando continuamente con el desastre.

Un lugar que requiere de gente muy obediente y disciplinada, vaya, y aunque la Chica Diploma y yo hemos tenido mucho de eso en el pasado, confío en que se nos vaya pasando y para empezar, nos olvidamos de autobuses y nos lanzamos montaña arriba hasta el Castelo dos Mouros, sin entrada ni nada, y luego al citado Palacio, donde sí, pagamos, y a los dos nos parece un error, así que para compensar no solo bajamos andando sino que bajamos corriendo, para estupor del resto de españoles, porque aquí quien no es francés es español y los portugueses nos miran desde su distancia habitual, imposible saber si les disgusta que vayamos a su país o si les disgusta seguir allí ellos mismos, la melancolía acercándose peligrosamente al enfado, la colección de chabolas, casi favelas, que separan Sintra de Lisboa desde la ventana del cercanías.

Difícil de saber. Creo que mi portuñol ha mejorado, pero aun así nos meten un palo importante en un restaurante perdido, porque normalmente un extranjero va a ciegas, pero aquí ya es algo un pelín exagerado.