jueves, junio 07, 2012

Los niños salvajes


El cine catalán y su estética francesa. Los planos saturados de sol que dejan entrever el rostro del protagonista. Una estética de playa y sal. La Chica Imán y yo entramos en la sala un martes a las 10 y lo primero que nos sorprende es que esté vacía. Completamente vacía. Poco después entra una pareja, luego dos señoras mayores, creo que al final somos unos siete. La película está bien, nos gusta. Es tranquila, da espacio, avanza con cierta lentitud pero es una lentitud natural, sin poses. Planos impresionantes, lo primero que deben de enseñar en la ESCAC es a colocar la cámara, y lo hacen de maravilla.

Con todo, nos deja un regusto amargo, como si en realidad el retrato no necesitara firma, o, lo que es lo mismo, la película no necesitara final. Algo sucedido me pasó con "Tres días con la familia": lo que me importa es el retrato, la manera en que cada personaje queda arrojado a una circunstancia y un silencio. Habría mucho que hablar sobre los silencios en las películas catalanas. Sin embargo, la directora intenta cerrar el círculo con una narración al uso y no funciona... precisamente porque no hay nada más allá del retrato y no tiene por qué haberlo. A veces, sin más, los niños salvajes desaparecen. O no. O se quedan para siempre en un anochecer viendo el mar estrechado por dos moles de acero.

Si acabar por el final no tiene sentido, echémosle huevos y acabemos en todo el medio.

Es mi segunda visita al cine en tres días, después de meses sin acercarme. El domingo tocó "Los juegos del hambre", que podría ser una película muy entretenida y divertida si supiera qué quiere contar. Obviamente, no lo sabe, y al final pasan dos horas y media y tienes la sensación de haber visto un trailer: todo queda insinuado, sin más, demasiados hilos sueltos y un final al que solo le falta sobreponerle "TO BE CONTINUED" como en los seriales de los 80.

Por lo demás, algunas fiestas y algunos libros y algunas alegrías. Un curso que se acaba sin que la agenda se relaje. La perspectiva de un año eléctrico pero sorprendentemente productivo. Supongo que uno lo quiere todo y lo quiere ya y no se detiene a pensar si lo merece o no. No se detiene a merecérselo, en definitiva. A mí me gustaría tener una mujer como la de Vargas Llosa, que le hace todo mientras él lee y escribe, pero yo vivo en el mundo real, el de las obligaciones y las certidumbres. Aparte, yo prefiero tener una mujer y no una criada, pero ese sería otro tema.

A veces, y me pasa desde hace tiempo, tengo miedo a traicionarme. Un miedo quizás obsesivo y ridículo porque, ¿qué demonios quiere decir "traicionarse"?

Recuerdo leer "Lo peor de todo", de Ray Loriga, la parte en la que Elder Bastidas trabaja en una hamburguesería y le niegan permiso para ir a al entierro de su abuelo, y pensar "A mí nunca me pasará eso. Haga lo que haga, a mí nunca me pasará eso, no hay una obligación que merezca tal sacrificio". En eso estamos, en el cálculo entre obligaciones y sacrificios. Cualquiera que no sea Vargas Llosa sabe a lo que me refiero.

Mentalidad de "Tienda Quechua". Mentalidad "Nada es crucial". ¿Hasta qué punto eso es una salida sin ser una salida salvaje? Lo salvaje atrae, vaya si atrae. Desnudos bajo el chaparrón no haremos del mundo un lugar mejor, pero se lo escupiremos a la cara,  decía Lichis. Quizá el salvajismo no pase de ser un método. Un buen método, en cualquier caso.

Otro recuerdo de "Lo peor de todo": las llamadas continuas y su "VÁYASE USTED A TOMAR POR CULO". La sociedad civil es el pacto por el cual no nos mandamos todos a tomar por culo los unos a los otros cada cinco minutos. Y la mentalidad de crisis financiera es la que nos obliga a no mandar a tomar por culo a quien de verdad se lo merece. Por si acaso.

Por si acaso, ¿qué? Nadie lo sabe. El miedo es lo que tiene.