Al principio pensé que no tenía demasiado que decir al respecto. Que no tenía una opinión, me faltaba demasiada información, demasiados detalles... o quizá simplemente entendía demasiado a todo el mundo. Entonces fue cuando entré en una especie de ataque de exigencia, como si mi enfoque "intelectual" fuera realmente necesario para el mundo, como si el país me estuviera esperando, y se me vino una idea a la cabeza: la idea del maltratador y la mujer maltratada. Hasta qué punto funcionamos todos como mujeres maltratadas y hasta qué punto ETA ha funcionado como un maltratador que de repente decide colgar el cinturón.
La credibilidad del maltratador que dice "Ya no más, cariño, te juro que ya no más, no volveré a hacerlo" y cómo puede llegar a ser normal y razonable que ante el cese inmediato de la amenaza, algunos reaccionen con desconfianza, con el "no te creo" que nos dicta la experiencia de 50 años de palizas y otros reaccionen con alegría y lo vayan a celebrar con sus amigos.
El enfoque no daba mucho más de sí, es cierto, y además, para cuando yo encontré tiempo -digo "tiempo" pero en realidad es un eufemismo: yo pretendía escribir un artículo serio, razonado y distinto sobre el final de ETA en plena avalancha de artículos y sentencias de 140 caracteres y además pretendía hacerlo en 25-30 minutos, entre Sanchinarro y Tres Cantos, y después venderlo. Con dos cojones- la comparación ya se había hecho.
Pese a todo, lo intenté, como siempre: empecé muy dramático, es decir, empecé por la metáfora y la metáfora acabó empantanándolo todo. No solo era moralista sino que además era cursi. Lo borré entero cuando ya había llegado al quinto párrafo y me pregunté: "¿Realmente tienes algo que contar sobre esto?, ¿realmente tienes una opinión sobre lo que va a pasar o crees que puedes meterte en la cabeza de gente que ha vivido con el terror y la muerte durante decenas de años?, ¿desde qué atalaya te crees exactamente que pontificas?
Y decidí que no, que no tenía sentido dedicar solo 30 minutos a algo tan serio, desde luego no con metáforas, no sin saber qué demonios nos espera. Que mejor era esperar y ver. Con una sonrisa en la cara porque, yo lo siento, pero que ETA diga que se rinde -aunque no lo diga- me alegra y decir, como Rubalcaba, que saber que cuando salgas de un mitin no vas a necesitar mirar debajo de tu coche es su idea de libertad, puede ser demagógico pero es verdad.
Lo que pasa es que en seguida la humildad se me pasó. Duró lo que duran ocho horas de sueño. Por la mañana ya pensaba cómo afrontar el tema: una petición de término medio. Un mínimo respeto a la alegría o a la desconfianza pues ambas tenían sentido y justificación. Algo que pudiéramos compartir, como si entre todos hubiéramos derrotado a ETA porque, si ETA de verdad ha sido derrotada, el mérito es más de unos que de otros, pero la resistencia de la democracia, de la sociedad demócrata, ha sido encomiable.
Escribir que no tenía sentido seguir echándonos mierda: si desconfías de ETA como se desconfía de un maltratador súbitamente arrepentido eres un hijo de puta miserable que no quieres la paz. Si celebras la decisión eres un iluso, un estúpido, un cómplice ad-hoc de los asesinos, dispuesto a vender la democracia que has defendido -a veces con tu sangre- al primer postor con capucha.
Pensé que tenía sentido manejarse en esos términos medios. Saber que lo ideal, sí, es que pidan perdón, que se disuelvan, que entreguen las armas y que entren en prisión. Todos. Saber, también, que ese debe seguir siendo el objetivo del Estado de Derecho... pero poder conformarse con un primer paso. Aunque solo sea un primer paso, disfrutar de él. No ya porque nos estén haciendo un favor, sino porque les hemos derrotado, les hemos arrinconado, les hemos convertido en una banda de ridículos bufones cuando pretendían ser héroes de la patria.
Pero no, un artículo así no tendría cabida en ningún lado. Algunos me llamarían rencoroso, intolerante y cerrado al diálogo. Otros me acusarían de hacerle el juego a Bildu, a Sortu, a Otegi, al PSE, a Rubalcaba, a UNICEF y a Ovrebo... Así que lo mejor, supongo, sigue siendo callarse, esperar la tormenta de opiniones, observar y a partir de ahí sacar conclusiones.
Sí, eso a menudo es lo mejor: callarse. El mundo necesita gente que se calle.