El Barcelona entró en el partido con un respeto quizás
excesivo hacia el Sevilla. No digo que el Sevilla no se lo haya ganado, suyo es
el único título de equipo español en competición contra Barcelona o Real Madrid
durante los últimos tres años, pero la línea de cuatro con falsos centrales
acompañados de Keita como pivote siempre da problemas. Contra los de Marcelino
no fue una excepción.
Puede que fuera una cuestión táctica o de recursos de
plantilla: Busquets no puede jugar todos los partidos –aunque debería- y
Mascherano está relegado a la defensa simplemente porque este equipo no tiene
centrales en su plantilla y los que tiene o están lesionados –Piqué, no sabemos
si Puyol- o no cuentan en absoluto para el entrenador –Fontàs- y no diremos que
por capricho: los únicos minutos oficiales del canterano esta temporada fueron
un despropósito continuo.
Frente a eso se plantó un Sevilla poderoso. Todos los
equipos del Sevilla desde Caparrós han sido huesos duros de roer: cada año
alguien se va y alguien llega pero hay una especie de marca común: mentalidad
competitiva, entrega, contundencia, capacidad para llevar el partido donde
interesa. De acuerdo, esta crónica sería distinta sin las paradas de Javi Varas
pero antes de las paradas de Javi Varas hubo un trabajo defensivo descomunal,
un repliegue ordenado de dos líneas cerradas de cinco con el sacrificio de
todos sus jugadores, el vaporoso Jesús Navas a la cabeza.
Del compromiso y la solidaridad del Sevilla nacieron los
problemas del Barcelona, problemas que Varas multiplicó, por supuesto. El
Barcelona no supo atacar la defensa andaluza –más andaluza que nunca, que diría
el maestro- y cuando consiguió oportunidades aisladas, el portero rival supo
intervenir con una gama de recursos sorprendente: paradas de reflejos,
colocación perfecta, solidez en los centros aéreos…
El partido fue una exhibición de Varas pero no lo fue menos
de Cáceres o Medel, siempre contundente en su marca a Messi, desaparecido en
combate. El partido del argentino fue de los peores que se le recuerdan. Si
cuando juega bien, se dice, no veo por qué hay que callarlo cuando juega mal.
Messi jugó un partido espantoso, leyendo mal el juego de manera continua,
buscando pases imposibles, perdiendo innumerables balones y culminando su
actuación con un penalti muy mal tirado en el último momento.
¿Desacredita esto al argentino como mejor jugador mundial?
No, simplemente tuvo un mal día. Cuando yo tengo un mal día no hay cinco
millones de personas mirando.
En cualquier caso, el problema del Barcelona volvió a
llamarse Busquets. La importancia de este jugador en el equipo se nota cuando
juega pero se nota aún más cuando no juega. El recurso de Keita es un suplicio
para jugador y aficionados y a uno le gustaría ver a Oriol Romeu en partidos
así, comprobar si era verdad que no tenía sitio en esta plantilla con tantas
lagunas. Thiago estuvo desconectado del juego, algo sorprendente dentro de una
temporada sobresaliente y Villa cumplió con las expectativas: un buen puñado de
fueras de juego y torpeza inaudita en el área.
Lo del asturiano es un misterio incluso para mí, no me pidan
explicaciones.
Dentro de la desesperación, el Barcelona se agarró a Iniesta
y de sus botas llegaron las mejores oportunidades, especialmente cuando cayó a
banda izquierda. La entrada de Pedro para ocupar esa posición no mejoró en
absoluto el juego, al revés, lo empeoró. Probablemente, la mejor versión del
canario habría revolucionado una posición donde enfrentarse a un Cáceres
agotado empezaba a ser un chollo, pero no estamos ante la mejor versión del
canario.
Reducir el partido a “es que el portero lo paró todo” sería
injusto. Igual de injusto sería decir que el Barcelona no jugó bien o no mereció
ganar. Tuvo oportunidades de sobra para hacerlo. Pero sí es cierto que se echó
en falta la comodidad, la continuidad, la sensación de superioridad. El nefasto
partido de Messi en el juego entre líneas, su especialidad, influyó mucho, por
supuesto, pero el problema venía de más atrás, de la construcción, la
generación de espacios.
El Barcelona no supo manejar bien el partido y cuando miró
al banquillo encontró a un Pedro fuera de forma, que no hizo sino taponar a
Adriano, descolocar a Iniesta y perder el balón en una sucesión de ataques de
ansiedad y a un Cesc recién salido de una lesión al que no podemos exigirle el
cien por cien. Aparte de eso, señores, no hay nada, así que vayan
acostumbrándose.
Comenté al principio de temporada que el Barcelona
probablemente jugaría los mejores partidos de la era Guardiola con esta táctica
del todo o nada… pero que probablemente fuera menos competitivo. De momento,
esta es la temporada con menos puntos en los últimos cuatro años. Lleva 18 en 8
partidos, 5 de ellos jugados en casa. No es para tirarse de los pelos pero
empates como el de Anoeta o el de hoy ante el Sevilla hacen dudar de la solidez
de esta plantilla.
Juegas con fuego y un día el portero contrario lo para todo,
la defensa se cierra con orden, y te dejas dos puntos. La lucha con el Real
Madrid, un año más, promete ser épica, y, además, con estos mismos jugadores
hay que afrontar otras tres competiciones, Mundialito incluido. ¿No será demasiado pedir?
En fin, el partido acabó en una
tangana absurda y un drama previsible: el partidazo de Varas se medía a la
desconexión de Messi y el portero sevillista se llevó la victoria. Lo que pasó
en medio es difícil de explicar: un estado de nervios propio de una semifinal
de Champions o de Copa pero no del octavo partido de liga. Qué cable se cruzó
en la cabeza de Kanouté, qué hizo que los jugadores de ambos bandos se liaran
en discusiones sin final cuando el árbitro había pitado lo correcto, un penalti
sobre Iniesta bastante claro, zancadilleado por la pierna levantada de un
defensa en entrada tardía, no lo sabremos nunca.
A veces uno piensa que casi es mejor, que si Messi hubiera
marcado ese gol nos habríamos pasado semanas tirándonos los trastos a la cabeza
por una jugada meridianamente clara. Al final de temporada, si me preguntan,
probablemente no conteste lo mismo. Cada empate es una derrota en una liga
donde habrá pocos empates y aún menos derrotas para los dos grandes. Las
críticas nunca son a la totalidad porque ni este equipo ni su entrenador las
merecen, pero sí abundan en lo mismo desde principio de temporada: una plantilla
corta conlleva riesgos. No solo lesiones, sino jugadores fuera de posición y
pocas novedades en el banquillo.
Si a eso le sumamos un gran entrenador como Marcelino, una
defensa que se mueve como un acordeón y un portero en estado de gracia,
encontramos muchas razones para que la merecida victoria culé se convirtiera en
un empate. Y que nadie se equivoque: en fútbol ni hay victorias morales ni
merecimientos simbólicos. Hay puntos. El Barcelona sumó uno, es decir, perdió
dos. Tuvo algo de milagroso pero quedarse en eso es simplificar.