Hay un bajón en el juego del Barcelona. Es lógico. Si el
equipo no está cansado, lo parece. Tensión competitiva desde agosto con las
supercopas y tres partidos por semana. Sumen a eso unas cuantas lesiones en
puestos clave, partidos con selecciones que incluyen en ocasiones viajes
transoceánicos y tendrán algunas de las respuestas a los cuatro últimos
partidos infames del club catalán.
Ahora bien, el problema es que la cosa no va a ir a mejor.
Con el Madrid como rival, cada partido de liga tiene que ser una victoria y lo
contrario se vive como un drama, basta con ver lo sucedido ante el Sevilla el
sábado. En dos meses, el Barça se tiene que ir a Japón a ganarle el Mundialito
al Santos de Neymar y Ganso y en medio queda certificar el primer puesto en la
Champions, cosa que dependerá del partido que dispute en San Siro ante el
Milan.
Un segundo puesto puede condenarle a un cruce más que delicado
ya para empezar.
Hay una teoría que habla de ciclos en la preparación física
del Barcelona cada temporada para llegar a los momentos clave en plena forma.
Sinceramente, a veces cuesta verlo: el año pasado, el equipo parecía fundido en
febrero y siguió pareciéndolo en marzo, abril y mayo. Sólo recuperó su mejor fútbol
cuando, ya decidida la Liga y la Copa, se permitió casi tres semanas de
descanso antes de jugar la final de la Champions League en Londres.
No sé si esto forma parte de uno de los estudiados planes
quinquenales del cuerpo técnico culé. Es posible. Lo que es indudable es que el
equipo ha bajado al menos dos marchas con respecto a sus primeros partidos.
Curiosamente, lo que ha perdido en explosividad lo ha ganado en solidez
defensiva, cosa que le criticábamos a principios de temporada. El Barcelona
saca adelante los partidos con más oficio que espectáculo y manteniendo su puerta a cero. Si no me
equivoco, desde que Pablo Hernández marcara en Valencia, el equipo de Guardiola
no ha vuelto a recibir un gol ni ha precisado de acciones heroicas de su
portero.
Es triste decirlo dentro de tanta retórica grandilocuente,
pero al final las ligas se ganan así: acumulando Zamoras. Poca gente recuerda
que el Madrid fue el máximo goleador de las dos últimas ligas, pero no le
sirvió de nada: la estructura defensiva del Barça multiplicó su competitividad.
Este año, que no hay defensas y todo está cogido con alfileres, la cosa puede repetirse,
aunque el doble tirabuzón que supone la elección de una plantilla así, sin
delanteros ni centrales, ya se ha comentado ampliamente en anteriores artículos.
Ante el Granada, la victoria fue producto de la inercia.
Juegan el campeón y un recién ascendido y gana el de siempre. Poco más. El
juego fue atroz, especialmente en la segunda parte, cuando los locales se
quedaron con diez. Es absurdo pedirle al
Barcelona que juegue maravillosamente bien 60 partidos cada temporada pero
cuando engancha cinco como los jugados ante Sporting, Rácing, Viktoria, Sevilla
y Granada… uno se preocupa, lógicamente.
No hay agresividad, probablemente porque no hay piernas. No
hay ventajas y cuando las hay los jugadores no tienen la mente clara. El caso
de Messi es paradigmático: hasta trece balones perdió contra el Granada, casi
todos jugados en posiciones favorables. De nuevo, al equipo lo sujetaron
Busquets, Iniesta y Xavi, autor del gol de falta en la primera parte. Isaac
Cuenca apunta muy buenas maneras pero obviamente aún le falta. Pedro se lesionó
–para lesionarse poco, los jugadores del Barcelona parece que están cogiendo
carrerilla- y la entrada de Villa se tradujo en mayor embudo y un par de fueras
de juego marca de la casa.
En serio, sé que me cebo y que es injusto y que Villa lo ha
demostrado todo en el fútbol, pero verle pegado a la banda, solo, con la
referencia de los centrales en su perspectiva y aun así empeñarse en colocarse
medio metro por delante justo en las narices del juez de línea me descompone.
No lo entiendo.
Los últimos minutos fueron un reflejo de la situación actual
del Barcelona: jugando ante un equipo muy inferior que tenía un jugador menos,
los de Guardiola se limitaron a rondar el área como un equipo de balonmano, sin
ninguna profundidad, casi con pereza. Es cierto que Messi perdió muchos
balones, pero también es cierto que fue el único que encaró. El resto,
desaparecidos. Tuvo incluso el empate el Granada en un par de balones en
profundidad que resultaron en fueras de juego cuando Geijo y Benítez se
plantaban solos ante Valdés. El segundo lo fue, el primero no lo pareció.
En cualquier caso, la situación era absurda: el Barça no
puede exponerse a que un juez de línea decida en centésimas sobre milímetros.
La presión de los delanteros y los medios fue inexistente y quiero pensar que
fue una cuestión de físico más que de actitud. La actitud, a estas alturas,
está fuera de toda duda.
Es pronto para sacar conclusiones en cuanto a la competición
se refiere. Si Levante y Real Madrid empatan mañana, el Barcelona volverá a ser
líder y todo serán parabienes. Las preocupaciones son las de principio de
temporada: el Barça tiene tres centrales, dos están lesionados y uno no cuenta
ni para un minuto, lo que obliga a un lateral y un medio centro a jugar fuera
de posición, a Busquets a tener que jugar todos los partidos –y cuando no
juega, ya vimos- e impide que Alves se suelte en ataque, siempre atento al
cruce atrás.
Para más inri, decidió contar solo con un delantero centro
en toda la plantilla: David Villa, que juega de extremo. Todo lo demás son
falsos nueves que a veces funcionan y a veces no. Pedro, Alexis, Afellay y
Soriano, los acompañantes naturales de Villa y Messi arriba, están lesionados.
Aunque no lo estuvieran, se antojan pocas bazas en ataque. A mí no me preocupa
que un partido se empate y el otro se gane por la mínima jugando mal. Me
preocupa la planificación porque ya me preocupaba en agosto.
Quedan 45 partidos, en el mejor de los casos, y el equipo
parece cansado. Si es una táctica, hace bien en sobrevivir como sea, esperando tiempos
mejores. Si es el reflejo de una acumulación de partidos, el año se va a hacer
muy largo.