viernes, octubre 21, 2011

El santuario de la Chica Langosta


La Chica Langosta parece tranquila y feliz cuando habla conmigo en sueños. Incluso aunque no hablemos de su marido y sus hijos, siga teniendo las mismas formas adolescentes y me invite a ir al Retiro a buscar su pequeño escondrijo, donde la espera una especie de santuario de su juventud: reliquias guardadas, antiguos secretos, verdades a medias.

Me pregunto –dentro y fuera del sueño- si sería verdad que ese santuario existió en algún momento, eso o algo parecido, pero no soy capaz de recordarlo. Por supuesto, fui muchas veces al Retiro con La Chica Langosta y volví con la cara roja haciendo juego con una sonrisa estúpida, pero poco más. Me pregunto si tendría sentido, si es la metáfora de algo.

En el sueño, encontrábamos todo tipo de gente en el camino, mi hermano entre ellos, y nos preguntábamos cómo era posible que tuviéramos ya 34 años con ese punto de orgullo de "llegamos a esto juntos, después de todo". La importancia del "después de todo". La melancolía. Esa es la parte más increíble del sueño porque la Chica Langosta nunca se permitió la melancolía, en ningún momento. Cuando yo, a los 17, ya gritaba como Michi Panero “Éramos tan felices, éramos tan felices” -y al menos una noche, en el Desert, se lo grité a ella- la Chica Langosta preparaba su futuro como un plan quinquenal.

En fin, volvamos: la Chica Langosta, justo antes de la salida de un Gran Premio de Fórmula Uno, un asiento a su lado, un taburete de bar más bien. Ella vive en una euforia contenida y yo prefiero quedarme atrás, apoyarme en ella, demostrarle que sigo estando ahí y que de alguna manera necesito que ella esté ahí, que ese debería ser el trato. Un trato que ella acepta y me toca de vez en cuando, muy fugazmente, toma de contacto casi animal y luego ya El Retiro, la excitación, la sensación de que vas a encontrarte con algo adolescente, esa última y vana esperanza del treintañero.

La ilusión del santuario de la Chica Langosta.

Si lo pienso, ahora, despierto, perfectamente podría haber sido así en la realidad, es decir, sí, tenía sentido:  podría  haber tenido su escondrijo con fotos y escritos guardados entre pinos o enterrados en algún lado. El Retiro del sueño, al fin y al cabo, es un Retiro con cuevas. La Chica Langosta podría haber creado una ficción en medio de un parque enorme para así evitar su soledad y compartirlo conmigo porque era demasiado consciente de la mía… pero me sigue sin cuadrar que ella lo recordara años después como algo bonito, que mirara atrás.

No desde luego ahora, casada y con un hijo, insisto, y aunque yo quiero sacar el tema no me atrevo, no toco el tema del matrimonio y la maternidad sino que me limito a verla sonreír y la sigo -¿o es ella quien me sigue a mí?- sin hablar casi, porque la Chica Langosta y yo apenas hablábamos y si no nos atrevemos a tocar el presente, más absurdo sería recordar nada de lo que pasó 15 años atrás y hacerlo con el mínimo de nostalgia que se requiere dentro de los sueños. No. A mí me vale con eso: con su calma y su felicidad. Imaginarla así: adolescente y a la vez treintañera. Sueño y a la vez realidad.

Fue bonito, ya digo. En el fondo, cien Chicas Langostas imaginarias valen lo mismo que cien Chicas Langostas reales. La vida en los márgenes de Sanchinarro.