sábado, septiembre 17, 2011

Las cosas de las que nadie habla


No es una película de Isabel Coixet, es un tema. Un tema recurrente. El tema de los elefantes en las habitaciones, paquidermos enormes que todo el mundo finge no ver. A mí me gustaría escribir sobre esos elefantes, incluso desgañitarme hasta el dolor para que la gente no pueda seguir mirando a otro lado y tenga que reconocer lo obvio. En mi segunda novela he hablado de algunas cosas y en la tercera profundizaré, pero no se trata de eso: se trata de que hablemos de lo que ya sabemos, no hacer un tratado, no resultar incómodo, lo contrario, suponer un alivio.

Hablemos de que la gente se suicida. Sí, se suicida. O intentan suicidarse. Continuamente. El suicidio ya es la mayor causa de muerte entre hombres menores de 25 años, por delante de los accidentes de tráfico. De hecho, el suicidio provoca en nuestro país más muertes que el tráfico en total, pero nadie se ha lanzado a una campaña para evitarlo. Al revés, la regla es no hablar de ello. "Provoca un efecto de imitación", dicen los cánones. Y mientras la gente sigue cayendo sospechosamente de sus ventanas mientras arreglaban las cortinas o aparecen en sus domicilios en extrañas circunstancias.

Los hombres se suicidan en una proporción de 3 a 1 con respecto a las mujeres, pero las mujeres lo intentan más que los hombres. Por alguna razón no lo consiguen y dejemos de atribuirlo a un intento de "llamar la atención". Hablamos de unos 10.000 intentos de suicidio al año, eso no es una broma.

Sigamos con las mujeres: hay algo de lo que me gustaría hablar en torno a las mujeres y desde luego me gustaría que las mujeres nos lo contaran, porque supongo que sí se lo cuentan entre sí: más de la mitad de las que he conocido a lo largo de mi vida, un 95% de ellas nacidas a finales de los 70 o principios de los 80, se han autolesionado en algún momento de su vida. Es un fenómeno que no sé si funciona en el sexo masculino también porque nadie habla de esto y no conozco el cuerpo masculino en tanto grado de intimidad. Ni el cuerpo ni la mente, he de reconocer.

Conozco intentos de suicidio, desde luego, como conozco cortes en diversas partes del cuerpo, quemaduras de cigarro, negación del alimento, provocación del vómito, mujeres que se causan heridas incluso con las manos, a los 19-20 años, porque se ven feas, se ven gordas, se ven distintas, odian su cuerpo, se odian a sí mismas. Esto es una plaga que va más allá de las modelos anoréxicas y depresivas. Esto es algo que probablemente le esté pasando a su hija ahora mismo, o a las amigas de su hija. ¿Y a qué esperan todas ellas para contarlo alto y claro?

Obviamente, les da vergüenza.

A mí me dio durante mucho tiempo vergüenza decir que tenía problemas de próstata. Tampoco es que ahora mismo tenga muy claro que mis problemas sean de próstata pero entran dentro de ese cajón de sastre que se ha ido a llamar "dolor pélvico crónico" o "prostatitis crónica no bacteriana". Afecta a decenas de miles de jóvenes en España. No digo señores de 70 años, digo jóvenes, como yo, rozando la treintena por encima o por debajo.

Jóvenes por lo general hiperactivos, hipocondríacos, estresados, ansiosos, habituales de los ataques de angustia... Te hace la vida imposible, pero no, nadie habla de su próstata como nadie habla de su angustia. ¿Cuántos de los que estamos aquí vamos a un psicólogo o a un psiquiatra o nos conocemos los nombres habituales: Alprazolam, benzodiazepina, Paroxetina, Myolastán. Trankimazin, Tranxilium...? ¿Cuántos los tomamos con una cierta regularidad?

Una vez conocí a una chica y tuvimos una primera cita muy fructuosa. Una amiga -una amiga que se autolesionaba en su adolescencia, por cierto- me preguntó por la posible segunda cita y yo le dije que había tenido que retrasarla. "Quería quedar el jueves y yo el jueves tenía psicóloga", expliqué. Mi amiga saltó inmediatamente y replicó: "¿Pero le has dicho que vas al psicólogo, sin conocerla todavía?" A mí me hizo gracia. Es de las primeras cosas que digo cuando conozco a alguien de manera más o menos cómplice. No me da ninguna vergüenza, al contrario. "Si conociera a alguien y me dijera que va al psicologo sentiría de inmediato un profundo alivio", le dije, "pensaría que ella al menos es consciente de lo que le pasa y me va a ahorrar mucho trabajo".