martes, septiembre 13, 2011

Nadal-Djokovic, ¿el mejor partido de la historia?


En 2009, fascinado ante la enorme final que disputaron en Wimbledon Roger Federer y Rafa Nadal, dilucidada con un  9-7 en el quinto set, Jon Wertheim, articulista de Sports Illustrated escribió un magnífico libro titulado: "Stroke of Genius" -"Golpe de genios"- en el que desgranaba el partido casi juego a juego, intercalando la narración con flashbacks constantes a la formación como jugadores y personas de los dos deportistas, la relación entre ambos y la lucha por el poder que mantenían desde 2005.

Aquel partido mereció el título del "mejor partido de la historia", desbancando al McEnroe-Borg de 1980, cuando el sueco se llevó su quinto Wimbledon en el quinto set después de perder un tie-break memorable en el cuarto.

Lo que vimos ayer entre Djokovic y Nadal merece un lugar entre los mejores partidos de todos los tiempos. Un fan de Federer como yo se siente dolido al reconocer que nunca vi a dos tenistas jugar así en toda mi vida. No a la vez, desde luego. He visto partidos maravillosos de Roger paseándose por la cancha, le he visto luchar contra Djokovic en Roland Garros y contra Nadal en todas las superficies... pero un espectáculo físico, mental y de talento como la final del US Open 2011 nunca la había podido disfrutar.

Los dos primeros sets del serbio fueron impecables: todas las bolas a la línea, dominio con la derecha y con el revés, insistiendo a su vez contra el revés a dos manos del español, algo en principio suicida. Djokovic dominaba en todas las facetas, hasta el punto de que rompió ocho veces el servicio de Nadal en sus doce primeros servicios. ¿Por qué tiene tantos problemas Nadal con Nole si es capaz de ganar con tanta facilidad aparente a Federer?

La razón es bien simple: Djokovic es un muro mental y físico, es decir, Djokovic es el mejor Nadal cuando defiende y se acerca al mejor Roger cuando ataca. Las seis victorias consecutivas sobre el español tienen su base en el juego mental. Donde Federer se rendiría y mandaría el revés a la red o la derecha a la grada con una caña espectacular, pura rabia e incomprensión, Djokovic devuelve una más... y luego Nadal otra más... y Djokovic sigue... y el peloteo no acaba nunca.

Nole ha vivido tantos años a la sombra, aprendiendo de sus propias quejas y lesiones absurdas, que ha explotado a lo bestia: en lo que va de año ha ganado 3 Grand Slams, 5 Masters Series y otros dos torneos menores. Son 64 partidos ganados y solo 2 perdidos, uno de ellos retirado por lesión en la final de Cincinatti. En estos nueve meses -no llega- de 2011, ha sumado 13.250 puntos ATP. Para que se hagan una idea, el año pasado lo terminó en tercer lugar del ranking... con 6.240. Nadal, después de un 2010 increíble, también con tres Grand Slams en su palmarés, se quedó en 12.500.

Esa rabia interior del serbio, esa necesidad de demostrarlo todo y demostrarlo ya, es lo que hace que gane partidos perdidos y remate partidos que se pueden complicar. Le pasó con Murray en semifinales de Roma, donde perdía 5-3 y saque de su rival y le pasó en las semifinales de este mismo US Open ante Federer, cuando el suizo sirvió para ganar el partido, tuvo 40-15 a favor y Djokovic le desarmó con una derecha a la línea. Solo ese golpe bastó para que Federer perdiera los papeles, cuatro juegos consecutivos, el partido y se marchara al borde de las lágrimas entre los aplausos y la lástima de su propio público.

La baza que Nadal siempre jugó ante Federer era la de la fortaleza mental. Incapaz de igualar su talento se esforzó en llevarle al límite, a no dar una sola bola por perdida. Lo hizo de maravilla. Nadal no es un jugador "de cojones" como se abusa en Twitter. Es un táctico con un poderosísimo físico y un sentido del juego envidiable. Un tenista de altura, un excelente deportista. El mejor competidor que he visto en mi vida, con diferencia, solo a la altura, quizás, de Michael Phelps o Michael Jordan, palabras mayores.

De repente, ha entrado Djokovic en la ecuación y el espectáculo ha subido un peldaño porque en un Nadal-Djokovic nadie se rinde, nadie entrega el partido, nadie mira al suelo y piensa "no tengo nada que hacer". Dos sets abajo, Nadal jugó un tercer set apoteósico, probablemente el mejor que yo le haya visto nunca... y aun así estuvo a punto de perderlo cuando Nole sirvió con 6-5 para hacerse con el partido. Eso da la idea de lo que fue aquel set. Impresionante. Una demostración continua de dos jugadores que no podían más, al límite de sus fuerzas tras dos semanas de esfuerzos titánicos, el último de ellos apenas 48 horas antes.

Nadal rompía el saque del serbio, Djokovic rompía el del español. Rafa mantenía el servicio, Nole hacía lo propio. La batalla mental era mayúscula: cada uno era capaz de ganar en el terreno del otro; Nadal con derechas y reveses impecables a la línea, Djokovic rematando el punto tras una defensa numantina, corriendo de lado a lado de la pista, lo que Federer nunca supo hacer.

Al mallorquín siempre le quedará el consuelo de haber ganado el mejor set de la historia. Probablemente, con los años, nadie se acuerde porque no dejó de ser el tercer set de un partido que ganó su rival en cuatro. Pero los que lo vimos lo sabemos: nadie jugó nunca un set tan bueno, tan intenso, con tan pocos errores y tantos aciertos. Un set que podría ser de trámite y que se convirtió en una epopeya. Hubo tantos puntos inolvidables que sería absurdo intentar recordarlos.

Como colofón, tras perder ese set histórico, en el que estuvo a dos puntos con su saque del partido, Djokovic no solo no se echó en brazos del derrotismo sino que ganó el siguiente 6-1. Por supuesto, Nadal no podía más. Era lógico. Se pasó dos sets corriendo detrás de la pelota y un tercero demostrando que un campeón nunca se rinde sin dejarse la sangre y el cuerpo en la pista. Tanto se dejó que acabó el partido cojo después de más de cuatro horas. No lo esperaba cuando vi el lenguaje corporal del serbio al acabar la tercera manga y empezó a pedir masajes y pausas médicas.

En cualquier otro momento, ante cualquier otro jugador, Nadal hubiera ganado solo por su demostración mental. Ante Djokovic no fue suficiente: consiguió olvidar que se había quedado a dos puntos de su primer US Open y se decidió a ganar un set entero, del juego uno al seis. Fue capaz de hacerlo porque sus piernas respondieron. Era su segundo partido de más de cuatro horas en apenas dos días. Al final, fue Rafa el que levantó la bandera blanca. No podía más, literalmente. Nadie iba a exigirle más en cualquier caso. Sin él, sin su esfuerzo, sin su talento, sin su capacidad mental, este partido sería uno más de los 64 que ha ganado Djokovic en 2011. Gracias a su competitividad, estamos hablando de uno de los mejores partidos de la historia.

Gracias a los dos. Lo dice un federerista asombrado. Nadie hubiera ganado a ninguno de los dos ayer. Tuvieron la mala suerte de encontrarse, como le sucedió en su momento a Federer con Nadal, como le sucede de vez en cuando a Djokovic con Federer. Ese es el deporte y partidos como el de ayer lo elevan a un nivel sublime.