Yo no sé cómo lo vivieron los demás, pero sé cómo lo viví yo. Sé cómo deslizaba el final de mi infancia hacia algo parecido a la pubertad sin mirar atrás en ningún momento, disfrutando de cada segundo como si de verdad aquello fuese un mundo totalmente distinto. 1991. Los tres-cuatro meses finales de aquel curso, de aquel colegio, de aquella Educación General Básica. El vértigo y a la vez la pausa, el tiempo parado en aquellas fiestas en garajes, en aquellos bailes buscados, en aquellas oportunidades que de repente se abrían y que eran siempre gozosas.
La mano de A. en mi mano en el Pasaje del Terror, las tácticas, las estrategias, la lluvia... Los cumpleaños en La Vaguada, con sus bolas tiradas con efecto que acababan en cualquiera de los dos extremos. Las cintas de REM, los vídeos de REM. Canal Plus y Los 40 Principales. We were never being boring. La fascinación por una juventud que aún no era la nuestra. De nuevo, el vértigo. De nuevo, las prisas. Palma de Mallorca. Sergio Dalma cantando en un salón con el televisor encendido. El apogeo de las discotecas light. Las miradas perdidas de M., su fragilidad que detectaba la mía. Mi cabeza en su hombro viendo "Cyrano de Bergerac", su cabeza en el mío viendo "Robin Hood. Príncipe de los ladrones".
La excitación. Las sorpresas. El inicio de una década que nadie reclamaba. Como un perrito en una gasolinera. In the nineteen nineties. Las cintas grabadas de los Beatles, las noches esperando a que el tipo de la CNN se pusiera la máscara de gas en una ventana de Tel-Aviv. No éramos aburridos y no nos aburríamos nunca. Siempre había una excusa para algo más, para algo sencillo como una pachanga en un parque al lado de la M-30. Para un combate del Último Guerrero o un nuevo panel del VIP Noche. No sé ni explicarlo. Comparado con lo de ahora, supongo que parece de lo más inocente, pero era la nuestra una inocencia tan preciosa, tan lista para romperse en cualquier momento, tan de gafas de sol y vaqueros anchos, tan imperfecta en todos los sentidos, que no podría haberse hecho mejor.
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El documental del 11M de Netflix. Interesante si uno obvia demasiadas cosas. Emotivo durante la primera media hora, algo menos. Todos los documentales sobre el 11S se centran en el momento y las víctimas. Testimonios de bomberos, de policías y de supervivientes. Los documentales del 11M lo intentan, pero, en seguida, tienen que acabar metiendo a Aznar y Acebes. No me interesan demasiado Aznar y Acebes a estas alturas de la vida. Es como si, al igual que durante esos tres días, alguien me quisiera parar el llanto y me dijera: "No, no llores, mira esto, indígnate". Y yo no quiero indignarme, quiero llorar, quiero recordar la mañana en casa de mi abuela con "Clocks" de Coldplay en bucle y las prisas por ducharme y donar sangre y la llamada a mi hermano y el sentimiento de horror y tristeza que se prolongó durante los siguientes días.
Ahí también habría un documental. Los siguientes días al 11M. Los de la ciudad golpeada. Los del trauma. Los de la mirada de pánico tras cada mochila fugazmente abandonada. Los de la desconfianza ante el color de la piel. Sin embargo, no, Jiménez Losantos y Rubalcaba. Pues, bueno, vale. Es curioso que se omita la clave de todo el asunto político, que, básicamente, es Carod-Rovira. Según el documental, el PP se empeña en que es ETA porque su política contra ETA había sido muy buena y la banda estaba muy débil. En ese caso, ¿no tendrían que estar horrorizados por que fuera ETA? ¿No echaría por tierra toda su propaganda?
No. El PP se empeña en que es ETA porque quiere tirarle los muertos al PSOE. Ni siquiera es un acto defensivo -eso vendría después-. Tiene que ser ETA porque si es ETA es Carod-Rovira, que se ha reunido con ETA en Perpignan y que ha acordado que los terroristas atenten fuera de Cataluña. Si es Carod-Rovira, a su vez, es Zapatero, el máximo valedor del tripartito que gobernaba por entonces en Cataluña, ya sin Carod, dimitido de su cargo al filtrarse la reunión en la prensa. Nada de eso se explica y, desde fuera, supongo que no tiene sentido.
Pero así fue. El PP le quiso tirar los muertos al PSOE y el PSOE se los acabó tirando al PP. Lo curioso, y eso tampoco se dice del todo en el documental, solo se muestra -igual que Acebes iba mostrando la furgoneta, las cintas, los vídeos, las detenciones... pero se negaba a sacar la conclusión evidente-, es que ambos estaban equivocados. Ruines y equivocados, tiene mérito. Ni era ETA, por supuesto; ni la participación de Al-Qaeda tenía nada que ver con la invasión de Irak. De hecho, los últimos quince minutos del documental se dedican a explicar esto... pero llegan cuando ya nos hemos tragado no sé cuántas fotos de las Azores.
En fin, flojito. Los buenos y los malos. Lo de siempre. Yo quería recordar mi ciudad y mi gente y mi dolor, pero no fue posible. Habrá que seguir esperando.
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El Rey Sol lleva dos noches seguidas durmiendo razonablemente bien. No sé yo, no sé yo... en cualquier caso, lo dejo aquí por escrito, no vaya a ser que estemos ante el anhelado cambio de ciclo.