En la
previa de la temporada del Barcelona que publicábamos en Fiebre de Fútbol
el mismo 1 de septiembre, ya se advertía una circunstancia: este Barça
probablemente fuera el más espectacular de los cuatro años de Guardiola y podíamos
esperar unos cuantos partidos impresionantes con goleadas rotundas. Por otro
lado, comentábamos, estaba por demostrar su capacidad competitiva. Estos tres
años han sido un rosario de títulos no ya porque Messi marcara muchos goles o
Iniesta y Xavi estuvieran sublimes… sino por un concepto del juego de equipo en
defensa y en ataque que superaba tácticamente a cualquier otro equipo de
Europa.
Sin duda, el partido contra Osasuna pertenece a los del
primer tipo: goleada de escándalo sin dar nunca la sensación de esforzarse
demasiado. Messi marcó tres goles, dio dos asistencias, tiró dos a los palos y
aún estuvo a tiempo de marcar con el pecho en fuera de juego. En lo que va de
temporada, el argentino lleva ya 9 tanto. En las dos anteriores sumó 100. Así
está el patio. Sumen a eso, solo este año, seis asistencias ya.
Guardiola volvió a salir con tres defensas al campo, como
ante el Villarreal: Puyol, Mascherano y Abidal, tres jugadores rápidos, de
cruce, pero con dificultades para sacar el balón. La diferencia esta vez es que
por delante no estaba Keita sino Busquets. Con todo el respeto al jugador de
Malí, sin duda muy útil en otros puestos del centro del campo, el equipo no
tiene nada que ver cuando lo dirige él y cuando lo dirige el canterano. Son
mundos distintos. Con dos extremos bien pegados a la banda, en este caso, Alves
y Villa, la superioridad por dentro fue incluso cruel: aquello variaba entre el
3-4-3 y el 3-3-4 cuando Cesc se quedaba al borde del área para tirar paredes o
culminarlas.
Los goles fueron cayendo casi por inercia, movidos por la
aplastante posesión de balón del Barcelona en una zona de peligro constante.
Cierto es que la defensa de Osasuna estuvo desastrosa, sin saber leer los
desmarques ni tirar correctamente el fuera de juego y con un portero al que
casi se le cae el larguero encima. En fin, no nos cebemos, suficiente tienen.
Tenía curiosidad por ver a Alves jugando de extremo, es decir, sin llegar desde
atrás, y la verdad es que su partido fue excelso: dio el pase del primer gol a
Messi y estuvo creando problemas todo el encuentro, confirmando una mejoría que
ya apuntó el martes ante el Milan.
Al gol de Messi le siguió otro de Cesc, luego un tercero de
Villa y cuando la cosa parecía que se calmaba llegaron dos seguidos antes del
descanso: Roversio culminó un partido espantoso rematando en propia puerta el
rechace de un tiro de Villa, y Messi marcó el quinto en una nueva pared con
Cesc. La conexión entre ambos no solo apunta a muy buenas cosas este año sino
para muchas temporadas más. El sueño de un fin de ciclo con Iniesta en 27 años
y Messi y Cesc en los 24 resulta complicado.
Aun así, habrá rivales más duros que los navarros y ahí el
Barcelona tendrá que demostrar que vuelve a ser el equipo al que no solo no le
marcan sino que no le llegan. La primera piedra de toque será Mestalla, el
miércoles. Ante Osasuna, la defensa dio muchas muestras de fragilidad de nuevo,
pero es normal si se tiene en cuenta que toda la segunda parte la jugaron
Adriano, Mascherano y Maxwell cerrando atrás cuando ninguno es defensa del
todo.
Parecía que la fiesta se iba a acabar con el sexto gol, obra
de Xavi, a pase, nuevamente, de Messi. El cambio por Afellay paró por completo
el ritmo del Barça de una manera curiosa: la desaparición de Xavi provocó la de
Cesc y Messi tuvo que cubrir demasiados metros, a cambio pudimos ver alguna
jugada interesante de Thiago, quien, desde el fichaje de Fábregas lleva tres
partidos como titular en las tres jornadas de liga, siguiendo una progresión
que aún ha de confirmarse pero cada vez más dentro del equipo.
Como decía, la salida de Afellay, un pequeño desastre
táctico, congeló la posesión azulgrana, que por momentos volvió a convertirse
en intrascendente. El holandés corre el riesgo de pasar por el club catalán
como hiciera su compatriota Richard Witschge hace veinte años: apunta maneras,
juega con su selección, parece que podría llegar a algo… pero sigue tan perdido
como cuando llegó hace ya nueve meses.
Del tedio nos sacaron de nuevo Cesc y Messi. El ex del
Arsenal se llevó el balón en una jugada embarullada probablemente ayudándose
del brazo y sirvió a Villa el séptimo. Casi de inmediato, Messi se revolvió
ante la pasividad de sus tres defensores, amagó, tiró al portero al suelo, y la
colocó suave cerca del palo. Ese gol supuso el decimoquinto del Barcelona en
tres jornadas. Si tenemos en cuenta que el Real Madrid lleva 10 en dos partidos
nos sale un total de 25 goles en cinco partidos. Escandaloso.
Acostúmbrense a esto, porque va a ser la norma. En ambos
equipos. Los detalles decidirán quién gana la liga y cuando digo los detalles
digo la competitividad, el ritmo, la regularidad… y el manejo de la plantilla.
La excentricidad de Anoeta le costó dos puntos al Barcelona mucho más que
cualquier exceso de confianza. Pudo haberlo, pero en cualquier caso, el Barça
no fue mejor que la Real, desde luego no en el segundo tiempo, y difícilmente
lo será con Keita de pivote.
Si la ortodoxia vuelve, sea con tres o cuatro defensas, el
equipo será difícilmente parable en España y en Europa. Pero con una plantilla
tan poco ortodoxa es complicado hacer apuestas.