Hace exactamente un año, jornada 5 de la temporada
2010/2011, el Real Madrid tenía 11 puntos después de empatar en el campo del
Levante y en el del Mallorca mientras el Barcelona sumaba 10 tras dejarse tres
puntos en casa contra el Hércules y otros dos, también contra el Mallorca. Es
decir, entre los dos sumaban 21 puntos. En esta liga “distinta”, la de los
grandes en crisis, los equipos revelación, las portadas para el Atlético de
Madrid, resulta que ambos vuelven a sumar 21 puntos (Barcelona 11, Real Madrid
10) y muchísimos goles más a favor con prácticamente los mismos en contra.
Ambos equipos acabaron la liga con más de 90 puntos y nada
invita a pensar que este año no pasará lo mismo.
¿Qué produce entonces esta incomodidad, esta sensación de
continua desazón en ambos equipos, esas caras largas en las ruedas de prensa?
No sabría decirlo. En lo que a mí respecta, que es hablar del Barcelona, diría
que al club, a su entrenador y a su entorno –sea eso lo que sea- les ha entrado
un ataque de profunda melancolía que poco o nada tiene que ver con el fútbol.
Que el debate estaba fuera del fútbol en el Real Madrid ya
lo sabíamos… el problema es que eso empieza a pasar con el Barcelona, sin venir
muy a cuento: Guardiola está cada vez más taciturno y cabreado con todos,
defendiendo a Laporta sin venir a cuento justo el día de una Asamblea ridícula:
miles de socios discutiendo sobre Qatar, como si la bondad infinita universal
del Barcelona tuviera que incluir a todos sus socios y patrocinadores. Un club
entendido no como un conjunto de deportistas sino como una misión para salvar
el mundo.
Lo sorprendente es que, incluso en ese clima un poco
delirante de “Qatar es malo, Qatar es bueno” o “Rosell es malo, Rosell es bueno”,
en el que sin duda se ha metido Guardiola hasta las rodillas, el equipo juegue
tan maravillosamente bien al fútbol. Al Atleti le cayeron cinco como pudieron
haberle caído ocho y no hubiera pasado nada. El Barça volvió a ser el rodillo
que es cuando juega en casa con el 3-4-3 y el rival no tuvo por dónde hacer
daño, como si el partido ante el Valencia no hubiera existido.
Emery demostró las vías de agua de la defensa azulgrana por
las bandas y Manzano decidió convertir su ataque en un embudo. Fue una decisión
llamativa, por decir algo.
El Barcelona recuperó su orden en ataque y eso provocó un
mayor orden en defensa. La decisión de retrasar a Alves también fue acertada:
puestos a defender con tres al menos que sean rápidos y dominen su zona, no
como le pasó a Mascherano en Mestalla, enviado continuamente al matadero ante
Alba y Mathieu. Cuando el Barcelona se siente seguro con el balón –y en eso,
Thiago, insisto, es ahora mismo tan clave como Cesc o Xavi, no ya por su
brillantez sino, sorprendentemente, por su constancia- la defensa lo agradece.
Es más, en esos momentos, la defensa directamente no tiene
nada que hacer. Busquets se dedica a barrerlo todo, a colocar la línea de
presión en el campo rival y como no busque las bandas, el contrario está
abonado a una goleada porque talento siempre hay y de sobra. Incluso Villa jugó
un gran partido, más enchufado y concentrado, en las ayudas y en la contención
a la hora de no caer en fuera de juego constantemente.
De Messi cabe decir poco y lo habrán dicho todo ya mis
compañeros: 8 goles en 5 partidos de liga y en uno de ellos jugó 30 minutos.
Después de marcar 100 goles en dos temporadas este año lleva ya 12 a los que
hay que sumar 7 asistencias. Messi es algo más que una colección de
estadísticas: su dominio sobre el juego es insultante, es capaz de hacer de
Xavi cambiando el juego de banda a banda eliminando con un pase cuatro
contrarios; de Iniesta, regalando una asistencia mágica o de sí mismo
culminando la jugada tras varios slaloms.
Como viene siendo habitual en los últimos años, el Atleti ya
perdía 3-0 a la media hora, pese a un comienzo mínimamente prometedor, fruto,
una vez más, de la dificultad del Barcelona para engancharse a los partidos. Yo
no sé si el 3-4-3 es mejor que el 4-3-3, lo que está claro es que es distinto.
Por un lado, es más espectacular y se ven más goles. Por otro lado, es obvio
que permite unos huecos atrás y una inconsistencia desconocidas en los tres
años anteriores. Esa revolución da cierto vértigo y es lógico, sobre todo
cuando no está claro qué es lo que se puede ganar, una vez que ya lo has ganado
todo.
Los americanos lo resumen en una frase: “Si no está
estropeado, no lo arregles”.
En años anteriores, sabíamos que el Barcelona, una vez se
adelantaba, finiquitaba el partido porque el rival no iba ni a tirar a puerta.
Ahora ya no estamos tan seguros. Oscilamos de la goleada al empate apurado. Hay
una tremenda falta de continuidad, por lo menos hasta que los jugadores se
acoplen al nuevo sistema y es inevitable que el aficionado se pregunte: “Si
jugábamos de fábula y éramos un equipo histórico, ¿exactamente por qué hay que
acoplarse a un nuevo sistema?”
Bueno, Guardiola, supongo que siguiendo a Cruyff, cree que
los jugadores acaban acomodándose y hay que agitarlos un poco. Puede que tenga
razón. Cuando Cruyff se puso a agitar cosas, el Dream Team tardó media
temporada en desmoronarse. Eso no pasará con este equipo porque es
infinitamente mejor, en lo táctico y lo técnico, que aquel, pero incluso en la
goleada preocupan las señales de distracción: no solo el empeño revolucionario
con gesto de incomprendido de Guardiola o la melancolía de Laporta sino esa
narrativa “buenista” que casi obliga al Barcelona a ser una nueva religión
salvadora, una escuela de la vida en todos sus aspectos.
El ensimismamiento a veces llega a puntos absurdos como los
que comentábamos al principio: horas y horas reunidos para decidir si Qatar es
un país bueno o malo y si el Barça puede ser patrocinado por la fundación de un
país malo y si eso Laporta lo hubiera permitido, bla, bla, bla… Todo menos
fútbol. Sí, probablemente Qatar sea un país terrible y Bet and Win un imán para
ludópatas autodestructivos. Bienvenidos al mundo real donde el dinero se mueve
en terrenos pantanosos.
De la capacidad del equipo, de los jugadores, de abstraerse
de todo ese clima metafísico que les rodea, dependerá el resultado final de la
temporada. El Barcelona parece que ya no solo necesita ganarlo todo, ganarlo
jugando bien al fútbol y ganarlo con canteranos… sino que además tiene que ser
un referente moral del universo 24 horas al día. Esa autoexigencia acaba con
cualquiera. Acabará también con este equipo descomunal si olvida que lo primero
de todo, como siempre, no es un jeque, un presidente, una melancolía o una
concepción ética de la vida, sino el balón.
Y a ser posible que le llegue a Messi lo antes posible.