Entonces le pregunto, así, a media tarde, la cabeza apoyada sobre las manos y las manos apoyadas sobre la mesa, mirándola desde abajo, como un perrito: "¿Y quién sostiene a la chica que sostiene el mundo?". Ella se queda callada, pensando la respuesta, y de repente el momento se vuelve mágico, inesperado... la sensación de que no has hecho una pregunta más y no vas a recibir una respuesta más. Nos hemos acostumbrado a contestar lo primero que se nos pasa por la cabeza, como si lleváramos a un reportero de Telecinco detrás clavándonos el micrófono en la espalda.
Ahora no hay cámaras ni urgencias, así que la Chica Imán se queda parada, todo se mueve detrás de ella menos precisamente ella, el codo sobre la rodilla, el pie en la silla, un cigarrillo en las manos y los ojos mirando al suelo como si ahí estuviera la respuesta. Yo podría ayudarla, supongo, pero uno no puede hacer esa pregunta y luego ignorar el hecho de que no haya contestación. Solo me queda esperar y esperar mirándola, hasta el punto de que por un momento creo que no me ha oído, que es ella la que está esperando que yo diga algo cuando lo que ha quedado claro es que la que sostiene el mundo es ella.
La Chica Imán y yo somos dos excelentes niños prodigio hechos adultos. Ella menos adulta que yo, pero más madura. El problema de una chica que es un imán es que no sabe lo que atrae. Puede pensar que sí durante un tiempo pero al final se tiene que dar cuenta de que no, de que todo se pega a ella como un personaje de dibujos animados que intentara avanzar por el pasillo con el cuerpo lleno de cucharas, tenedores y cuchillos.
Los tenedores y los cuchillos, ese es nuestro problema.
Hablamos de pedir ayuda. Sostener, de alguna manera, es ayudar. Hablamos de dar y recibir, la necesidad de dejarse llevar y recibir porque si no nadie puede dar y dar es algo precioso en dosis bien medidas. Hablamos también de las expectativas. Los niños prodigio sabemos mucho de las expectativas. Llegamos a la conclusión de que el problema es que nos han quitado el gozo de hacer las cosas bien, el increíble gozo de la tarea bien hecha, de la llamada ilusionada, de la sonrisa en la cara.
Cuando hemos hecho algo bien, tenemos la sensación de que todo el mundo ya sabía que lo íbamos a hacer bien, que no les supone ninguna sorpresa. El mundo cuenta con que haremos bien las cosas y hacer bien las cosas no se ha convertido en nada positivo, una motivación, sino todo lo contrario: un peso. Tenemos poco que ganar: o cumplimos o fracasamos.
Pienso que todavía podría quedar la satisfacción del trabajo bien hecho, pero esa es una frase que oirán en las películas de James Stewart de los años 50 y que no es aplicable a este caso. Los chicos exigidos no tenemos ni idea de cuál es nuestro trabajo y ni siquiera sabemos cuándo está bien hecho. Suponemos que si lo hiciéramos mal, alguien nos lo haría saber pero cuando algo sale bien, alrededor hay una especie de aprobación silente, algo así como "ya nos lo esperábamos"... y eso es precioso, claro, que la gente confíe en ti es precioso, pero le quita de alguna manera la emoción al juego.
Así que quedamos en eso: dos chicos prodigio, en este caso la chica que es un imán y el chico imantado, proponiéndose enigmas y resolviendo personalidades difusas porque "alguien tendrá que hacerlo" y ese alguien me temo que somos nosotros.
Porque nosotros llevamos el fuego.
Lo que no quiere decir que al final del día, o en algún punto intermedio de agotamiento total no nos pongamos una canción de Blur y se nos ponga el pelo de punta cuando Damon Albarn reconoce que "all I´ve ever done is tame, will you love me all the same? Will you love me though it´s always the same?" y soñamos con la posibilidad de ser amados incluso siendo anodinos, la libertad y el placer de ser anodino, nosotros, los convencidos de que si alguien nos quiere, algún día, será precisamente porque le hemos demostrado que somos especiales.