jueves, marzo 17, 2011

Faceboook es un bar de borrachos autocompasivos, Twitter es un bar de borrachos indignados


Sinceramente, no me acuerdo de dónde lo dejé. Uno intenta mantener una coherencia y una secuencia más o menos semanal y de repente las programaciones le alejan un mes de sus objetivos, así que pierde su nostalgia adolescente y todas las chicas que nunca tuvo y los recuerdos en puertos lejanos y se sienta delante del ordenador recordando un sueño precioso, el de esta noche: un piso compartido con amigos, en primera línea del mar. Desde la terraza se sentía la arena y yo hacía estiramientos y jugaba al fútbol. Jugaba muy bien al fútbol, solo que más bien era fútbol sala, esa variedad en la que la pelota no se golpea sino que se pisa y que requiere movimientos que mi pelvis y mi nula coordinación siempre han impedido.

Desgracias del cuerpo humano: en el instituto nos examinaban de flexibilidad y el método era sencillo. Colocabas las piernas a los lados de un banquillo y tocabas la madera con las manos, intentando llegar lo más lejos posible: medían todo con una cinta y te daban la puntuación correspondiente.

Yo nunca llegué siquiera al banco.

Nunca llegué al cero.


¡Cómo quieren que no sueñe con niñas en bikini y partidos de fútbol donde hago la ruleta, me voy y la pongo en profundidad!

Conocí a Manuel Jabois hace relativamente poco. Estoy empezando a conocer a gente a la que ya conocía antes pero mi atención dispersa me impedía ubicar. Manuel Jabois es un escritor y periodista maravilloso que escribió recientemente un artículo sobre sus gatillazos que incluía este párrafo glorioso: “(…) Fue, ya digo, a una edad inconcreta que coincidió en una etapa de inseguridades y miedos, casi frustrante; combinaba actuaciones antológicas –una vez una chica se paró en medio del polvo y rompió a aplaudir- con hoscos fracasos –otra también aplaudió, pero para meter prisa”.

Espero que este párrafo salve esta columna.

Jabois y yo hablábamos esta mañana de Twitter y Facebook. Él utilizó la metáfora “Facebook vendría a ser el cóctel de una boda, con mucho postureo. En Twitter se abre la barra y pasamos de los novios” y yo contesté con la mía, porque aquí estamos para ser corrosivos e ingeniosos y al que no le guste que se vaya del pueblo: “Facebook es un bar de borrachos autocompasivos y Twitter es un bar de borrachos indignados, esa es otra diferencia”. Mi dependencia total de las redes sociales, con sus inconvenientes y sus ventajas -nadie ha podido controlar nunca a tantas ex novias en tan poco tiempo- hace que tenga mis días de borracho autocomplaciente y borracho de puñetazo en la barra de bar, “porque yo lo digo”.

Lo que me da miedo es dejar de ser un borracho simpático y convertirme en un borracho pesado. Eso sería terrible. Un borracho de canción de Billy Joel, dejando mi último hilo de baba sobre una copa pedida a 12 euros en el Toni 2. No, no, esperemos que eso no llegue nunca, que no haya llegado. Eso sí sería el apocalipsis, que se lo expliquen al comisario de la Unión Europea de turno.

En el sueño, Zubizarreta sacaba de puerta y colaba el balón justo por la abertura de nuestra ventana. Ni siquiera sé quiénes éramos “nosotros” pero éramos felices. Cuando llegó a mis pies, se había convertido en una pelota de ping-pong y yo intenté devolvérsela con una raqueta. Alguien, probablemente mi inconsciente, que tiene mucho más sentido común que yo, prefirió que me despertara.